Miren qué graves, Capricho de Goya (imagen tomada de Wikipedia) |
En Valverde de Valdelacasa César
Moran situó la antigua Ad Lippos, mansio
romana -la mansión de los tilos-, a la vera de la Vía de la Plata. En Valverde
hay un miliario, una fuente ferruginosa -la
Salgá-, una vecina tumba visigoda y un albergue de peregrinos; lo que no
hay es buena uva: en la viña de Valverde, quien más trabaja, más pierde. Nuestro
Valverde, el humilde Valverde salmantino, tan chiquitito, fue empero lid de una
memorable guerra mágica; una guerra que se desarrolló durante años entre
Eutiquiano Miramamolín Churros, alias la
Eminencia, y Tarsicio Fitz-James Stuart Peroné, alias el Venerable. Eutiquiano y Tarsicio, la Eminencia y el Venerable, ¡qué
tíos!
Nosotros, los profanos, los nescientes
de saberes esotéricos, no podemos ni imaginar el mérito de estos sabios,
dominadores de los planos físico y astral, curanderos de personas y ganado,
contactados con santos y diablos, grandes brujos. ¡Qué felices somos en nuestra
ignorancia, catetos de las realidades paralelas! Pues la contrapartida a los
altos conocimientos secretos resulta empero onerosa, porque profundizar en
estas ciénagas oscuras precisa la superación de arduas pruebas, porque se
requiere una templanza a prueba de bomba, porque cualquier nigromante tiene
rival fiero en otro nigromante, porque el oficio implica estar siempre alerta.
Si encima, como es el caso, dos figuras de excelencia hechiceril coinciden en
un territorio tan apretado como un pueblo de sesenta casas, ya no es que salten
chispas, es que hay rayos y truenos. En su faceta sanadora tenían que ser
buenos, muy buenos, unos auténticos pedrocavadas
del curanderismo, porque ni un solo cliente repetía consulta, y de ello se
infiere, obviamente, que quedaban bien
curados. O quizá no… Pero lo que traía a
mal traer a la Eminencia y el Venerable era su antagonismo mágico,
un sinvivir.
Una mañana fue Eutiquiano a La Salgá para rellenar una frasca del
agua mineromedicinal, tan útil contra vientres sueltos, y se encontró con que
el agua sabía a tintorro. A ver quién es el guapo, por muy merlín que sea, que desprecia vino gratis. Volvió Eutiquiano a
Valverde culebreando de un lado a otro de la carretera, cantando esa de los borrachos que juegan al mus en el cementerio, y le estaba esperando una viuda reciente de Sanchotello,
acaso para que la Eminencia, médium
de agárrate y no te menées, le proporcionara una charla con el marido difunto.
La viuda se fue espantada, claro, y en el reposo de la pítima Eutiquiano se dio
cuenta de que había sido embrujado por su competidor.
Otro día Tarsicio descubrió que la defensa mágica de su casa había sido destruida. Los ramos de laurel de las
ventanas se habían secado súbitamente, y la franja de sal gorda del umbral estaba
profanada por una plasta de vaca recientita y salpicada de gusanos blancos,
unos gusanos grandes como dedos.
Se cruzaban los Papus en una calle, y empezaba una contienda de signos. Uno marcaba
la higa, el otro enganchaba los dedos corazones, uno invocaba a Belcebú, el
otro a Asmodeo, y al final cesaban las correspondencias simpáticas y los dos
acababan a puñetazos. Había que separarles cada dos por tres. Uno sentía un
pinchazo súbito en el culo, y farfullaba: “¡Este cabrón!”. Otro notaba un picor
en la nuca, y, sin dilación, sacaba del bolsillo la piedra del rayo para rascarse con ella. Previo auxilio del Ciprianillo,
uno iba a buscar un tesoro, y la tierra ya estaba revuelta, porque el otro se
le había adelantado. Cosas así, terribles embrujos poco menos que consuetudinarios,
hechizos y contrahechizos, aojos y contraaojos, tomas y dacas que ríanse
ustedes de la crisis de los misiles.
La guerra mágica de Valverde acabó
con la muerte de Tarsicio, hace dos años. Él contaba ochenta y ocho. Las palmó
bajo la higuera del huerto, en una siesta de julio (ya firmaríamos unos pocos).
Quien más lloró en el entierro fue Eutiquiano. Y no fueron lágrimas hipócritas,
ni lágrimas de alegría, como pudiera pensarse. Porque en el fondo Tarsicio, tan
solitario, tan solterón, tan valverdeño como él -quinto, además-, era su
enemigo íntimo y a la vez su alma gemela, un entrañable compañero de batallas
(aunque en el bando contrario). Su media guindilla, por decirlo de alguna
manera. Buena parte de la vida se le vació a Eutiquiano con la marcha a los
Infiernos del querido y odiado rival, y desde entonces la Eminencia anda mohíno. Ni contigo ni sin ti. A su abatimiento se
une la crisis del sector.
-¡Ahora está muy jodido para los emprendedores!-
dice Eutiquiano, ya nonagenario.
De vez en cuando una vela negra
aparece sobre la tumba de Tarsicio Fitz-James Stuart Peroné, alias el Venerable. Para gustos se hicieron
los colores.
Gabriel Cusac
3 comentarios:
Estupendo relato. ¿Qué sería de la liga española y aún del fútbol mundial si el Barça se independiza y solo puede jugar partidos de entidad contra el Español? ¿Qué sería del pobre Madrid, mohino, laxo, definitivamente pálido? La vida es lucha. En la película El Tercer Hombre, creo que es Joseph Cotten el que dice al final algo así como mira la Italia renacentista: corrupción, papas lujuriosos, guerras, invasiones y saca a Leonardo, Miguel Angel, Tiziano, Caravaggio..., y ahí tenemos a los pacíficos suizos, que lo más artístico que han hecho en su historia es... el reloj de cuco.
Últimamente he estado inmersa en los mundos de Lovecraft y leyendo tu texto sin duda alguna me quedo con estos dos buenos hechiceros donde va parar.
Buen relato.
Un saludo.
Gracias, Juan y Ainhoa, compis blogueros. Aunque sea difícil de creer, la inspiración de este relatillo no es literaria; yo solo he construído ribetes.
Eso de Lovecraft tendré que entenderlo como hipérbole.
Un abrazo.
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