17 de marzo de 2018

Crónica triste de mi última visita a Talaván



 
Exterior de la ermita del Santo Cristo  (fotografía de J.C. Pérez Hernández)
Poco antes de su 390 cumpleaños volví a visitar a mis queridos monstruos de Talaván. En vísperas, por ende, de su nocturna y gamberra celebración, su reencarnativo idus de marzo, cuando, según la leyenda de los réprobos de Talaván  
escapan del casillero para destrozar huertos y sembrados, atacar al ganado o quebrar el caudal del Tajo, entre risas de cacharros y gritos de metal, dibujando acrobacias aéreas… Mientras la intimidad se derrama entre el hombre gato y la mujer con toca.
Me acompañaba un buen amigo, autor de las excelentes fotografías que acompañan este texto. En el viaje diluvió a ratos, pero el cielo, acaso por paradójica intercesión de los réprobos talavaniegos, impuso una tregua que nos permitió ver la ermita del Santo Cristo y acercarnos andando hasta otra ermita, la de Nuestra Señora del Río, blanca y coqueta, asomada a las aguas como un fielato ribereño.

La maleza adueñándose del interior  (J.C.Pérez Hernández)

Como era de esperar, la maleza ha vuelto a apoderarse de las ruinas, excepto en la zona réproba, la capilla mayor amparada por la cúpula prodigiosa. Indefensos, a la intemperie, y en esta ocasión empapadísimos, el hombre gato y la mujer con toca -o el soldado y una de las mujeres de la Pasión, como fiablemente apuntó Samuel Rodríguez Carrero- sobreviven de milagro, aunque bastante más difuminados que en mi última visita, hace ya dos años y pico. Qué inmenso bien haría un mínimo tejadillo cubriéndolos; bastarían unas simples láminas de metacrilato, de onduline siquiera, fijadas entre el lienzo norte y el primer arco diafragmático (donde se alojan sendos medallones), no más de tres metros cuadrados. Un presupuesto miserable, una obra sencillísima que bien podría emprender el ayuntamiento de Talaván, propietario de la finca. 

El hombre gato (J.C. Pérez Hernández)

Y aunque este pobre tontorrón que escribe vuelve a fantasear, no deja de ilusionarse pensando en otra cubierta sobre el propio tejado de la cúpula -sin un plan de actuación integral no creo que sea conveniente cambiar una sola teja; el peligro de derrumbe es obvio- y en un nuevo desbroce de maleza, como el acometido en 2013. También sería estupendo columbrar que, a la deriva de este año pre-electoral, los responsables que pueblan las instituciones públicas -Ayuntamiento, Diputación de Cáceres, Junta de Extremadura- sintieran un espontáneo -o no- ramalazo de conciencia, y cualquier día surgiera este titular: Comienzan las obras de rehabilitación de la ermita del Santo Cristo de Talaván. Pero los sueños, sueños son.

Queridos réprobos (J.C. Pérez Hernández)

A mí me parece que los réprobos sonríen. A pesar de sus fauces vampíricas, de sus ojos locos: veo una ferocidad simulada, un guiño cómplice. El corro infernal, después de casi cuatrocientos años, solo ha sufrido una baja, y los veinte supervivientes se ciernen sobre el intruso como una bandada alienígena. Sentí, al verlos de nuevo, una impresión contradictoria. En negativo, la pena irreprimible por su estado de deterioro; en positivo, el consuelo de comprobar que, a pesar del paso del tiempo y de los castigos meteorológicos, siguen ocupando sus puestos. Abandono la ermita con un estremecimiento, casi queriéndome olvidar de ellos. O de su agonía. Quimérico lenitivo: los réprobos talavaniegos aletearán siempre en mi corazón.
La ermita de la Virgen del Río, la fuente de la Breña y sus lavaderos o la Plaza Mayor de Talaván ofrecen al visitante una impresión de pulcritud y amor propio. De pueblo querido por sus gentes. Pero, incomprensiblemente, el abandono de la ermita del Santo Cristo no parece suponer, salvo destacadas excepciones, un estigma vergonzante para los talavaniegos, a quienes correspondería enarbolar la bandera de la rehabilitación de la ermita del Santo Cristo. La inscripción que, entre boceles, recorre la cúpula a modo de friso se inspira en un pasaje de Isaías. Permítanme jugar con otras palabras del profeta:
No tenía brillo ni belleza para que se fijaran en ella,
y su apariencia no era como para cautivarles.
Despreciada por los talavaniegos y marginada,
ermita ruinosa y familiarizada con el sufrimiento,
semejante a aquéllos a los que se les vuelve la cara,
no contaba para nada y no han hecho caso de ella.
Una semana antes de la excursión a Talaván pude visitar otra ermita cacereña, la de San Jorge, junto a la torre hueca de los Mogollones. Otro desastre. Pero qué coño les pasa a estas gentes de Patrimonio.

Gabriel Cusac




4 comentarios:

Guille Blanc dijo...


Una lástima. Y una dejadez imperdonable, porque la mera uralita que sugieres y en la que cualquiera piensa sería muy barata al menos para evitar daños peores. Al final habrá que sacarles los colores a la cara. Con la pluma. ¿No dicen que es más poderosa que la espada?

Me ha gustado, Cusac. Buen artículo. Si me das permiso,me gustaría compartirlo.

Gabriel Cusac dijo...

No te doy permiso por compartirlo, Guille, te doy la gracias; sé que también te duele el incomprensible abandono de esta ermita heterodoxa y única, que debemos entender patrimonio de todos. Un saludo.

juan de la cruz471 dijo...

Ya te vale, desde agosto, que quitaras al viejo llorón deprimente que nos ha recibido todas las veces que hemos entrado a ver.
Pues no ha tenido que llover, ni nevar, para que te dignaras acariciar el teclado.
Al menos ha sido para denunciar una desidia mayor.
No pares.

Gabriel Cusac dijo...

Mérito de los réprobos, Juan. Ya veremos hasta dónde llega mi resurrección.