15 de julio de 2018

La taberna fantástica



Entrada al mitreo de Sutri, Italia (imagen tomada de mapio.net)


…Pero no la de Alfonso Sastre.
Comparto con el gran Álvaro Cunqueiro el gusto y la curiosidad por las tabernas reales o ficticias. El mindoniense, autor de muchas páginas dedicadas al tema, también las inventó, tal la venta del Castellano o la fonda de Mansur, y cuenta en el artículo La taberna de Galiana y otras: “hace tiempo que yo había imaginado un libro con tabernas fantásticas, y en algún cajón deben de andar perdidas unas docenas de folios. Una de las tabernas de mi minerva que ahora recuerdo era la taberna de Galiana”. Precioso cajón, pienso. Sería esta taberna de Galiana reposo de fantasmas viajeros, en un camino que va por el mar, de Galicia a Bretaña. Fantasmas viajeros como la hueste de Las crónicas del sochantre, esa maravilla olvidada de nuestras letras.
Al lado de Álvaro Cunqueiro, mi imaginación es pordiosera, pero me hubiera gustado que en su catálogo de tabernas fantásticas figurase una parecida a la que soñé anoche. Era una gran cueva, de techos indiscernibles. Tampoco, entre las tinieblas de unas pobres luminarias, se alcanzaba a ver el fondo de aquella gigantesca sala rupestre, que empero sospechaba plagada de recovecos y pasillos laberínticos. Podía distinguir mesas, sillas y bancos desordenados, a mucha distancia de la barra, y grupos misteriosos que en la penumbra, lejos del bullicio, parecían tramar raras conspiraciones, diluidas en un rumor sibilante. Una barra rústica, como todo el mobiliario, y vacía de clientela asomaba a la derecha de la entrada. Tenía mi taberna soñada algo de Piranesi y de Goya; carecía, por el contrario, de semejanzas con cualquier establecimiento cavernario o grutesco que haya podido conocer. Apenas iluminada, sin música, sin visos de alegría, como si fuera un punto de encuentro destinado a urdir misiones secretas, mi particular taberna fantástica tenía asimismo algo de templo, de ninfeo o mitreo sagrado, y ya despierto quise poblar el antro con estatuas de divinidades cnóticas, capricho que ya no es patrimonio de mi subconsciente.
El sueño acaba violentamente. Estoy en la barra y alguien, sentado en una silla solitaria, me increpa sin motivo. Me acerco a él y le propino varios puñetazos, sin tan siquiera darle la oportunidad de levantarse de la silla. Esta pelea frustró la visita a las entrañas de la taberna fantástica.
No logro descifrar el mensaje ni me he procurado una lectura psicoanalítica. También sé que, por muy vívida y detallada que hubiera sido mi descripción, es imposible transmitir las sensaciones experimentadas en el sueño (el miedo, por ejemplo, nunca estuvo presente; sí la sensación de trascendencia y el deseo de integrarme en el lugar). Y muy probablemente estas líneas no interesen a nadie. Pero, quizá obedeciendo una marginal y profunda (casi subterránea, como la propia cueva) superstición, satisfago la necesidad de escribir sobre mi sueño.

Gabriel Cusac

2 comentarios:

juan de la cruz471 dijo...

yo tampoco he sido nunca capaz de acabar un sueño, quizá cuando esto suceda sea que nos quedemos a morir en él.

Gabriel Cusac dijo...

Pues que ese último sueño tarde en llegar, Juan. Un saludo.