2 de agosto de 2018

El candor de los lectores del padre Brown




   
El Juicio Final, fresco de Vasari y Zuccari (imagen tomada de 123RF)

   Escogiendo los primeros cuentos donde Chesterton le dio vida, el padre Brown decidió ejercitar la agudeza intelectual que le caracterizaba analizando a través de ellos la personalidad de su creador. Evidentemente Chesterton no era un genio, como algunos pretendían. Abusaba del recurso de la casualidad y con frecuencia quedaban ocultos hasta los últimos renglones datos determinantes que anulaban todo el proceso deductivo que había dado cuerpo al relato. La mano del autor traslucía demasiado; siempre se le notaba detrás, desmenuzando un crimen preconcebido hasta sacar de la manga el as final. No solo eso. También cometía algún que otro error de lógica. En “El martillo de Dios”, por ejemplo, la altura desde donde el arma homicida fue arrojada debía ser tan excesiva como la misma puntería del perverso párroco: el martillo, hallado con restos de pelo y sangre, había traspasado el forro acerado del sombrero de la víctima; “el cráneo era una horrible masa aplastada, como una estrella negra y sangrienta”.
   Pero el padre Brown se dio cuenta de que esta pequeña narración contenía una clave interesantísima; el piadoso Chesterton había fabricado su defensa (su coartada, podría decirse): el cura asesino. Casualmente en “El martillo de Dios” afloran los personajes del herrero como modelo de puritanismo exaltado y del libertino -el coronel Norman Bohun, a quien se le regala un pasaje directo al infierno-; mientras el jardinero judío expolia los dientes de oro a un difunto en “La honradez de Israel Gow”; mientras un gurú mata en “El ojo de Apolo”; mientras Valentín, jefe de la policía parisina y enemigo volteriano de las religiones, también es un asesino… Un catálogo de infieles tan rico como abominable.
    Suspirando, el padre Brown volvió a recordar que él mismo era una idealización del colega John O´Connor, conversor de Chesterton al catolicismo. Y pecaminosamente concibió una paradoja espectacular: el asesinato del autor londinense a cargo del cura irlandés. Acto seguido, el padre Brown se persignó varias veces a una velocidad endiablada (si esta otra paradoja es admisible).

Gabriel Cusac

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