10 de junio de 2010

Relato de otoño, de Tommaso Landolfi


Muchas veces me he preguntado por qué, frente a la proliferación -tan exagerada como repetitiva- de antologías sobre fantasmas y vampiros, las editoriales no se han fijado en la veta preciosa e igualmente atractiva de las casas encantadas como temática a seleccionar. Podríamos encontrar casos marginales aún más remotos, pero ya desde que la literatura gótica iniciase su andadura con El castillo de Otranto (1764) hasta hoy, las obras antologizables no plantearían un problema de calidad, pues son incontables los ejemplos de valor, aunque quizá sí de espacio. Es decir, una antología a gusto, en cuanto a tamaño, tendría aspiraciones enciclopédicas. Sería muy sencillo escoger diez o doce cuentos -a vuela pluma pienso en tres casas: la Usher de Poe, la vacía de Blackwood y, por qué no, también la tomada de Cortázar- para completar un volumen elogiable; si yo fuera editor, ya lo habría hecho, seguro del éxito comercial (¿oído cocina?). Pero, como lector, entendería insoslayables varias novelas: La casa del confín de la tierra de Hodgson, La maldición de Hill House de Shirley Jackson, Malpertuis de Jean Ray...Y, por supuesto, Relato de otoño.
Es ésta una obra rarísima por muchas razones. Publicada en 1947, se trata sin duda de un producto demodé que resucita la literatura gótica y no carece de leves vicios arcaicos en el lenguaje, la gravidez de las reflexiones psicológicas o la descripción de acciones o situaciones. A su vez, nos recuerda inevitablemente a Buzzati y a Kafka, por su énfasis de la soledad, la espera y la reducción del mundo a un microcosmos carcelario. Y, sin embargo, no nos adentramos en la inmovilidad narrativa o en el temible fango de la especulación existencialista: todo lo antedicho no impide la consecución de un alto nivel de suspense donde las preguntas se acumulan y el protagonista -intruso en una mansión perdida- arrostra varios peligros en busca de respuestas. Como novela de terror, resulta difícil encontrar otro ejemplo donde se combinen tan logradamente elementos tradicionales del género -la casa siniestra, los subterráneos, la estirpe maldita, el satanismo- con la sutil insinuación de lo sobrenatural, bien cercana a Otra vuelta de tuerca, mantenida hasta las últimas páginas.
También Relato de otoño es un caso extraño en cuanto a su divulgación. Como el resto de la obra de Landolfi, resulta difícil de conseguir en España. Algo que particularmente me indigna cuando nuestras librerías, especialmente en lo relativo a literatura fantástica y de terror, sufren el asalto de todo tipo de morralla infantiloide...O quizá lo que pase es que este apuntador se ha quedado varado en un mar pleistocénico.
La cita, de profundis.

Hacia la mitad del túnel había una entrada que no había observado al pasar: excavada en la misma roca con un profundo derrame y provista de una vetusta y resistente puerta recubierta de hierro, abierta en ese momento hacia dentro y provista a su vez de mirilla y reja, es decir, una puerta de mazmorra. Era quizás en esta horrenda guarida donde los antepasados de mi anfitrión encerraban a sus enemigos irreducibles. Dentro de ella la oscuridad era total y la tenue luz de la hendidura en la galería no podía disiparla.
Decidí echar mano del segundo fósforo y lo encendí con infinitas precauciones, pues deseaba conservar a toda costa el tercero para el regreso. La breve luz me reveló otra estrecha cueva cuyas paredes, por otra parte, mostraban en algunos sitios las mano del hombre en refuerzos de ladrillos y bloques de piedra metidos a la fuerza entre las grietas de la roca, así como en otros arreglos pensados para hacer más seguro el lugar contra cualquier intento de fuga. Paredes y suelo presentaban el más curioso y tétrico espectáculo que he visto en mi vida, pues estaban cubiertas de ampollas, filamentos, vejigas, grumos o bubones (no sabría qué más nombres darles) de diferentes dimensiones, blancos y blandos, que primero tomé por hongos y que eran, por el contrario, monstruosas flores de moho que, al cogerlas, se disolvían por completo en un mínimo velo de humedad sobre la palma de la mano.
Tan repugnantes vegetales distrajeron tanto mi atención que sólo cuando el fósforo se consumió, apagándose de repente con un último resplandor del palito carbonizado, entreví el objeto más interesante de esa cárcel. A mi izquierda y en la pared vi de pasada un gran aro de hierro del que colgaba un trozo de cadena maciza y oxidada, lo que no tenía nada de extraño, mas sí que era extraño que en este aro hubiesen depositado algo así como un ramillete de flores, colocadas aproximadamente en forma de corona. ¿Flores allí dentro? Y, para colmo de sorpresas, al tocarlas parecían frescas.


Gabriel Cusac



6 comentarios:

Juana María dijo...

Acabo de leer un articulo sobre el osario se Seldec,después tu relato
y yo sola me estaba preguntando porqué lo tenebroso,el lado oscuro, lo macabro nos aterra y a la vez nos atrae.Somos masoquistas o perversos en el fondo,quizás sencillamente somos conscientes de que solo es ficción y nuestro miedo igualmente no es real.
El ramillete de flores nos devuelve a ese mundo idílico y también ficticio.

Gabriel Cusac dijo...

Me parece que hemos leído el mismo artículo en un blog amigo. ¡Maravilloso osario de Seldec, maravillosas criptas capuchinas italianas, maravillosas capillas de huesos portuguesas, maravillosas catacumbas de París!...Yo tampoco me explico la fascinación de lo macabro, aunque sospecho que en el fondo delata, paradójicamente, un ansia vital. Es decir, creemos o queremos creer que no todo se acaba en la tumba, que la muerte es el comienzo de otra aventura. Sea como sea, disfrutemos de nuestro morbo: no hacemos daño a nadie.

Anónimo dijo...

Thanks for an idea, you sparked at thought from a angle I hadn’t given thoguht to yet. Now lets see if I can do something with it.

Gabriel Cusac dijo...

Thanks for your visit.

juan de la cruz471 dijo...

Predestinado estabas a acabar años después alucinando con los ángeles de Talaván.

Gabriel Cusac dijo...

Veo, Juan, que te estás recorriendo el blog como quien se patea la ruta del Annapurna. Gracias por tu devoción. Y sí, quizá los ángeles de Talaván me estaban aguardando. Irremisiblemente.