8 de agosto de 2018

El sabio, el feo y el escritor de cuentos de terror: una conjetura sobre el origen del fantasma peludo de M. R. James


M. R. James (imagen tomada de National Portrait Gallery)


Con justicia, se considera a Montague Rhodes James como unos de los maestros -el mejor, para muchos-  del ghost story. Sin embargo, sus cuentos más característicos no giran en torno al fantasma clásico, es decir, a la persona muerta que abandona su inframundo para entrometerse en el territorio de los vivos; sino que en este caso sería más propio aplicar la segunda acepción de la RAE: “visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación”. No se trata de un espectro humano, sino de otro tipo de ser, que bien podríamos catalogar entre los denominados espíritus elementales. Lovecraft, en su archicitado ensayo El horror sobrenatural en la literatura -cuyas palabras acerca de M.R. James sirven de prólogo a la edición que manejo, los Cuentos completos de  fantasmas del autor inglés, publicados por Valdemar- dice al respecto: “Al inventar un nuevo tipo de fantasma, James se aparta sensiblemente de la tradición gótica convencional, pues, mientras que los viejos fantasmas clásicos aparecían pálidos y majestuosos y eran percibidos principalmente con la vista, el espectro habitual de M.R. James es delgado, enano y peludo, una abominación perezosa e informal de la noche, a medio camino entre la bestia y el hombre, a la que se llega a tocar antes que a ver”.
La generalización de Lovecraft es un tanto alegre.   Hay una criatura extraña -borrosa, de ropas flotantes, con rostro de trapo arrugado- en Silba y acudiré, pero el monstruo peludo -y no enano- aparece en tres de los mejores cuentos de M.R James. En Un episodio de la historia de una catedral: “Era negro –decía-; como una masa de pelos. Con dos piernas; y la luz se reflejaba en sus ojos”;  en El diario del señor Poynter: “Lo que había estado tocando se levantó hacia él. Tenía la postura del que ha entrado arrastrándose vientre a tierra y, según pudo recordar más tarde, forma humana. Pero la cara que ahora se acercó a unas pulgadas de la suya no pudo discernir ningún rasgo; era toda pelo”; y, con mayor definición, en El álbum del canónigo Alberico. Aquí surge en un grabado del siglo XVII, donde se representa la disputa del rey Salomón contra un demonio de la noche.  Salomón, alzado en un trono sobre doce peldaños, ocupa la parte derecha de la lámina, mientras que en la mitad izquierda cuatro soldados rodean a una figura horrible. Un quinto soldado yace muerto en el suelo con el cuello retorcido. La figura es “una masa de pelo negro, tosco y desgreñado. Luego, uno descubre que bajo ese pelo se esconde un cuerpo de casi espantosa y casi esquelética delgadez, con los músculos pronunciados como cuerdas de guitarra. Las manos son de una palidez sucia, y están cubiertas, como el cuerpo, de largos pelos encrespados, y tienen forma de horribles garras. Los ojos, de un amarillo llameante y negrísimas pupilas, están clavados en el rey con una especie de odio bestial”.
Y es precisamente este párrafo de El álbum del canónigo Alberico lo que me permite aventurar una hipótesis: creo haber encontrado la fuente que inspiró a M.R. James para la creación de su criatura peluda.
Bibliófilo, anticuario y reconocido medievalista,  M. R. James era un experto en documentación antigua, y por fuerza debería tener conocimiento de uno de los manuscritos más importantes de la literatura medieval europea: las Cantigas de Santa María. Escritas en gallego medieval en la segunda mitad del siglo XIII, se trata de una colección de más de cuatrocientas canciones, con la correspondiente notación musical, dedicadas a la Virgen María. Su autoría, aún no bien definida, corresponde a un equipo poético comandado por Alfonso X  el Sabio, a quien se atribuye la creación propia de un centenar de ellas.  Nos interesa particularmente la cántiga  47: “Virgen Santa María, guarda-nos, se te praz”. En esta cántiga se cuenta cómo un monje se emborracha en la bodega del convento; cuando quiere volver a la iglesia, el diablo se le aparece encarnado en tres formas distintas: toro, “ome mui feo” y león. Naturalmente, la intercesión de la Virgen libra al monje ebrio de los embates diablescos, aconsejándole que, en lo sucesivo, “no sea malvado”. 

Ilustración de la Cántiga 47 (imagen tomada de zazzle.com)

La ilustración que acompaña a la cantiga 47 nos presenta al hombre muy feo de manera sorprendente. Aunque alto, peludo y “negro como la pez”, tal como lo describe la letra, pero lampiño en sus huesudas canillas, el monstruo parece un añadido moderno, una falsificación. Su indefinición es ciertamente terrorífica; el trazo del dibujo, como a volutas y difuminado, tan distinto al usado para las diáfanas figuras de la Virgen y el monje, parece no corresponder a las técnicas de la época. La pilosidad natural de la parte superior de su cuerpo no se corresponde con la inferior, desde la cintura a las rodillas, más exagerada, como si vistiera unas bermudas confeccionadas con guedejas. Ciertamente, es un dibujo tan original, tan chocante, que parece un anacronismo, algo impropio del siglo XIII. En todo caso, contemplando la ilustración de la cántiga, comprobamos que el diablo alfonsino podría protagonizar perfectamente la escena descrita en El álbum del canónigo Alberico.
José Antonio Madrigal ha querido ver en esta figura la primera representación del salvaje en la iconografía española. Con la modestia de un diletante, de quien no es especialista en nada, creo que tiene más fundamento defender que nuestro “ome mui feo” es el modelo escogido por M. R. James para la creación de su terrorífico fantasma peludo.
Gabriel Cusac


2 comentarios:

Ainhoa dijo...


Es un placer visitarte Gabriel tus historias siempre enseñan algo y sorprenden. Espero no encontrarme al fantasma peludo por estos lares, pero nunca se sabe. Un abrazo.

Gabriel Cusac dijo...

Gracias, Ainhoa. Y no te preocupes por el monstruo: demasiado pelo para los calores de Granada. Un abrazo.