1 de septiembre de 2019

La planta samaritana de la Sierra de Francia

Manuscrito Voynich (imagen tomada de eldiario.es)


Bajo el acebo y bajo el roble, bajo el castaño y el madroño, en los bosques feéricos de la Sierra de Francia emerge, nocturna, la planta samaritana. Es planta secreta, oculta al escrutinio botánico, que nadie ha visto, pero que varios han pisado. A modo de periscopio lunar, eclosiona como una seta en las horas de Selene, y se oculta al primer rayo de sol, por los estíos serranos. Lo único que sabemos es que quien la pisa queda convertido en el sumun de la hospitalidad, y agasaja al forastero como si fuera su hermano. Obedeciendo a una especie de mandato sagrado, se ofrece como guía gratuito, se desvive en atenciones, atiende el versículo cristiano de Deuteronomio 23:24. Entonces el forastero transita en Jauja, hartándose de uvas en las viñas de fulano, de peras y de manzanas en el huerto de mengano, de tomates, higos y nueces en el de perengano. Pero una cosa es ir a misa y salir revestido de piedad y otra creerse los desafueros bíblicos: perdonar al deudor, poner la otra mejilla, amar al prójimo como a un hermano, lo del rico y el camello, saciarse en huerto ajeno y demás invenciones beatas o anarcoides. Nunca se creyeron estas mandangas, por supuesto, aunque en otros tiempos, cuando la Sierra de Francia era un lugar remoto donde se aventuraban escasos viajeros, la hospitalidad era un deber tácito y reconfortante, una obligación para los serranos, y las humildes cornucopias hortelanas, el vaso de mistela, los embutidos de la matanza, el techo si fuera preciso, se ofrecían al extranjero por parte de todos, sin que fuera fácil distinguir a quienes pisaban la planta samaritana. Hoy, hablamos de explotación de recursos, nichos o yacimientos de empleo, infraestructura hostelera, desarrollo sostenible, estrategias de gestión comercial, etc. Hoy, en definitiva, el viajero es turista. O, más explícitamente: cliente, comprador. Atendiendo a la dinámica de los nuevos tiempos, como primera medida, en todas las fuentes se pone el cartelito de “agua sin garantías sanitarias”, para que el extranjero pague el trago. Otra de las medidas consiste en la rápida curación del irresponsable montaraz, del inconsecuente rondador nocturno de bosques que pisa la planta samaritana: basta una discreta y comunal paliza.
Nos jodió mayo.

Gabriel Cusac


2 comentarios:

Miguel dijo...

Muy bueno, veo que conoces bien mi tierra

Gabriel Cusac dijo...

Desde hace años ando mucho por allí, Miguel: es un paraíso cercano. Me gustan los pueblos, los bosques, los ríos; me asustan algunos excesos vinculados a la explotación turística.