8 de septiembre de 2014

Paganías por septiembre






Hoy, día 7, por fin cae un buen chaparrón. Ha llegado septiembre, inaugural de lluvias lustrales, limpiando la turbia atmósfera del verano, lavando nuestros pueblos, nuestras ciudades; dando de beber a nuestros campos; puliendo los bosques. Y anunciando una proclama de fertilidad, esa buena nueva que, como siempre, la iglesia católica, culmen de la interpretatio, intenta monopolizar a través de distintos patronazgos, santificando aguas terrestres o celestes, okupando espacios paganos vinculados a la fecundidad, asimilando el propiciatorio sacrificio taurino, el taurobolio, a las puertas de los santuarios, como ocurre en la fiestas de la bejarana Virgen del Castañar, como ocurría en las cercanas ermitas de Candelario, de Valdefuentes de Sangusín, de Medinilla. En este último caso, elaborando un estudio sobre la ermita de Fuente Santa, a Tomás Aguilera y a mí nos sorprendió descubrir que el cántico de la novena, de principio a fin, es monotemático: la Virgen medinillense debe traer la lluvia. Escribíamos al respecto: No existe, en sus quince estrofas, cita alguna a términos comunes de fe –purificación, redención, salvación de las almas-; solo se pide agua. Exactamente como si fuera la petición de un pueblo pagano a su particular diosa pluvial. No mentimos. Pero la Virgen de Fuente Santa gobierna también los veneros; su camarín está alzado sobre un manantial, la propia fuente santa, y el agua, corriendo subterránea por los cimientos del templo, acaba aflorando en una fuente extramuros. Sin que necesariamente exista una suplantación cultual -no han salido a la luz, hasta el momento, pruebas documentales o epigráficas de ello-, la Virgen de Fuente Santa, en el fondo, yendo a las raíces de la sacralidad, cumple el mismo papel que néfeles, náyades o ninfas. Es, en definitiva, una diosa acuática.
Desde que hace ya muchos años leyera a Atienza, me gusta, como diletante buscador de paganías, rastrear pistas mistéricas en las leyendas hagiográficas de vírgenes y santos, descifrar claves bajo el mensaje y el ritual ortodoxo, localizar lugares ya sagrados antes de su bautismo cristiano. Y la tierra que habito es propicia para estos esparcimientos.
San Miguel, patrón de Béjar, con celebración igualmente septembrina, pesa almas como las pesaba Osiris, y ya conté que en la abulense, pero próxima, Neila de San Miguel, los niños recién bautizados pasaban por una romana, y su peso era entregado a la parroquia traducido en grano de trigo. Veo la estatua de la Virgen de la Buena Leche presidiendo –y olvidada, empero- desde su hornacina frontal el Museo Mateo Hernández, y saludo a Isis Lactante. El mismo San Gil, a quien estaba advocada la primitiva iglesia hoy transformada en museo, era especialista en recuperar baldíos. Otra santa muy prodigada por estos lares, Santa Marina –asociada en Béjar a la mítica conquista de la plaza al moro-, también es correo de fecundidad, como la Venus/Afrodita nacida de la espuma del mar. Paseo por el parque de Santa Ana, y sé que la supuesta madre de María, quien no figura en los evangelios canónicos, cristianiza a la Gran Madre, la Diosa Madre que aparece en todas las culturas antiguas como potencia creadora. Es Gea o Gaia, es la céltica Dana, es la Madre Tierra. Habitaba la ermita de Santa Ana la talla de San Gregorio, patrón también de Cantagallo, el santo campero especialista contra plagas… Como vemos, el catálogo de santos y vírgenes entregados a la fertilidad es bastante amplio.
Me confieso creyente. Agnóstico, pero no ateo. Creo en el clásico argumento teológico: no hay reloj sin relojero. Y veo un sistema, una interrelación universal solo explicable como fruto de una inteligencia superior. Aunque del mismo modo creo en la trascendencia como experiencia personal, no como sumisión a las directrices de unos u otros credos. Basta una pizca de objetividad para comprobar la deriva mafiosa y excluyente de las religiones: invocando a las Alturas, la historia y el presente recogen las mayores atrocidades. Basta saber que los hombres se siguen matando en nombre de Dios, de Yahvé o de Alá.
Es este mes equinoccial buena temporada para andar los caminos de nuestra privilegiada geografía. Sin sacerdotes ni gurús, sin intermediarios, la Madre Naturaleza nos ofrece un infinito templo cupulado por robles y castaños. La bendita agua, que no el agua bendita, corre a raudales. El caminante puede alimentar su espíritu con paz y belleza. Para alimentar el cuerpo, ante él se despliega una fastuosa cornucopia silvestre, el bodegón de la zarzamora y de la uva, de la avellana y de la nuez, de los higos y de las brevas. Escogiendo bien la ruta, no hace falta allanar ninguna propiedad. Porque esto, la propiedad privada, sí que es dogma universal.

Gabriel Cusac

4 comentarios:

Guille Blanc dijo...

Excelente.

Gabriel Cusac dijo...

Me alegro de que te haya gustado esta entrada. Hasta pronto, Thorongil.

Ainhoa dijo...

Me ha encantado el paseo por las sendas casi otoñales de septiembre de las diosas y de las vírgenes, mi enhorabuena por tan inspirada excursión.

Un saludo Gabriel.

Gabriel Cusac dijo...

Gracias, Leonor; ya sabía que eras dada a paganías.