Si creemos al dominico español Gabriel Lafuente, que cronica a mediados del XVII sobre la evangelización de las Filipinas "contra moros e idolatrías de salvajes", los indios camucones de Borneo utilizaban un veneno para extraer la garrapata parásita del banteng, el bóvido caracterísitico de la isla que Lafuente define grosso modo como "toro pequeño y colorado, de gran mansedumbre". El veneno, según el cronista, era el mismo de los dardos que los indígenas disparaban con sus "canutos" (cerbatanas), mortal para el hombre, pero que apenas untado en la garrapata sólo provocaba en la misma una suerte de laxitud transitoria, la suficiente para que se desprendiera de la piel de su huésped.
La desparasitación, contra lo que cabe pensar, no era motivada por el bienestar del banteng. Las garrapatas, "harto desmedidas en su tamaño y de color cetrino que parecieran las chinches de nuestros campos" eran recogidas en media cáscara de una "nuez muy abundosa en la isla" (la del illipe, acaso) que luego los indígenas adultos colocaban bajo sus testículos, es decir, en el perineo. Acogedora posada donde finalmente se establecía la garrapata, "bárbara costumbre que según la superstición de los camucones les procuraba vigor en la holganza".
No aclara el dominico si esta extraña simbiosis era ocasional o permanente
Gabriel Cusac
2 comentarios:
Es una lástima que el pacato científico y supuestamente observante del sexto mandamiento, Lafuente no se decidiera a experimentar.
No le creamos. Como muchos abstemios del sexo debía imaginar que se llega al séptimo cielo. (En este caso al octavo). Por otro lado, sobre la equidistancia bisexual del punto de agarre de la garrapata: ¿Acaso los indígenas sumarían alguna comezón anal y sentirían placer en estéreo?.
Puede ser una delirante fantasía frailuna. Imaginando que Lafuente hubiera usado criterios empíricos, su crónica ya sería...la hostia.
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