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1932, Un mundo feliz, de Aldous
Huxley, inicia la llamada Trilogía de las
distopías, conjunto imprescindible
que completan 1984, de Orwell, y Fahrenheit 451, de Bradbury. Ni estas
obras ni su predecesora inmediata -La máquina
del tiempo (1895), de H.G. Wells-, en su versión pesimista del futuro, han
perdido actualidad. Nada hay más vigente en nuestros días que el control sobre
el individuo y la globalización, terrible concepto que, retóricas aparte, de hecho no significa otra cosa que la
obediencia de las políticas nacionales a
los intereses económicos de una élite sin escrúpulos. Frente a esta realidad, palabras
tan hermosas como democracia o libertad quedan vacías de contenido; las
novelas distópicas, más allá del mero ejercicio literario, ya nos avisaron del
peligro.
La relectura
de Un mundo feliz me ha encaminado a Nueva visita a un mundo feliz. Y bendita
(aunque tardía) la hora. No es menos valioso
el ensayo huxleyano -o la recopilación
de ensayos, para ser más exactos- que la obra matriz; de principio a fin, y con
el condicionamiento ideológico como tema central, cada párrafo de la Nueva visita provoca la reflexión. Y no
precisamente por su complejidad; sino por su clarividencia. Nueva visita a un mundo feliz nos ayuda
a salir de la caverna, esa caverna tétrica de la que habla Platón en La República.
Para
muestra, un botón.
La medida en que nos gobernamos a nosotros mismos está
en razón inversa a nuestros números. Cuanto mayor es un distrito electoral,
menos valor tiene cualquier voto determinado. Cuando es uno entre millones, el
elector individual se siente impotente, una cantidad despreciable. Los
candidatos a quienes ha votado están muy lejos, en lo alto de la pirámide del
poder. Teóricamente, son los servidores del pueblo, pero de hecho son los
servidores quienes dan las órdenes, y el pueblo, muy distante en
la base de la gran pirámide, quien debe obedecer. La población en aumento y la
tecnología en avance han provocado un incremento en el número y la complejidad
de las organizaciones, un incremento en la cantidad de poder concentrado en las
manos de las autoridades y una correspondiente disminución en la cantidad de
fiscalización que ejercen los electores, unida a una disminución en la consideración
del público por los procedimientos democráticos.
Ya debilitadas por las vastas fuerzas impersonales que
actúan en el mundo moderno, las instituciones democráticas están actualmente
siendo socavadas desde dentro por los políticos y sus propagandistas.
Los seres humanos actúan de muy diversas maneras
irracionales, pero todos ellos parecen capaces, si se les da la debida
oportunidad, de optar razonablemente a la luz de las pruebas disponibles. Las
instituciones democráticas funcionarán bien únicamente si todos los interesados
hacen cuanto esté en sus manos para impartir conocimientos y fomentar la
racionalidad. Sin embargo, en nuestro tiempo, en la más poderosa democracia del
mundo, los políticos y sus propagandistas prefieren convertir en pura estupidez
los procedimientos democráticos y recurrir casi exclusivamente a la ignorancia
y la irracionalidad de los electores.
En
1956, el director de una destacada revista económica nos dijo: "Ambos
partidos traficarán con sus candidatos y programas adoptando los mismos métodos
que utilizan las empresas para vender sus productos. Estos métodos incluyen la
selección científica de las exhortaciones y la repetición deliberada. En los
espacios comerciales de la radio, se repetirán frases con una intensidad bien
calculada. Las carteleras se cubrirán de lemas de poder probado. Los candidatos
necesitan, además de voces ricas y una buena dicción, mirar con 'sinceridad' la
cámara de televisión”. Los traficantes políticos recurren
únicamente a las debilidades de los votantes, nunca a su fuerza potencial. No
intentan educar a las masas y capacitarlas para que se gobiernen a sí mismas;
se contentan con manipularlas y explotarlas. Para este fin, se movilizan y
ponen en acción todos los recursos de la psicología y las ciencias sociales. Se
hacen "entrevistas en profundidad" a muestras cuidadosamente
seleccionadas del cuerpo electoral. Estos entrevistadores en profundidad sacan
a la superficie los temores y deseos inconscientes que más prevalecen en una
sociedad dada en el momento de la elección. Luego, se eligen por medio de
peritos, se prueban en lectores y públicos y se cambian o mejoran en vista de
la información así obtenida series de frases e imágenes destinadas a disipar o,
en caso necesario, fomentar esos temores y a satisfacer esos deseos, por lo
menos simbólicamente. Una vez hecho esto, la campaña política queda preparada
para quienes están a cargo de las comunicaciones en masa. Todo lo que
actualmente se necesita es dinero y un candidato que pueda ser enseñado a parecer
"sincero". Conforme al nuevo sistema, los principios políticos y los
planes de acción específica han perdido la mayor parte de su importancia. Las
cosas que realmente importan son la personalidad del candidato y la manera en
que el candidato es proyectado por los peritos publicitarios. Del modo que sea,
como varón de pelo en pecho o cariñoso padre, un candidato debe ser encantador.
También debe ser un animador que nunca aburra al público. Habituado a la radio
y la televisión, este público exige que se lo distraiga y no cabe pedirle que
se concentre o haga un prolongado esfuerzo intelectual. Todos los discursos del
candidato-animador deben ser, pues, breves y tajantes. Los grandes problemas
del momento deben ser zanjados en cinco minutos a lo sumo y preferiblemente
(pues el público querrá pasar a algo más entretenido que la inflación o la
bomba de hidrógeno) en sesenta segundos netos. La oratoria es de tal naturaleza
que siempre ha habido entre políticos y clérigos la tendencia a simplificar
excesivamente los asuntos complejos. Desde un púlpito o una tribuna, hasta el
más concienzudo de los oradores tiene muchas dificultades para decir la verdad.
Los métodos que actualmente se utilizan para colocar en el mercado a un
candidato político como si fuera un desodorante garantizan de modo muy positivo
el cuerpo electoral contra toda posibilidad de que escuche la verdad acerca de
nada.
Gabriel Cusac
3 comentarios:
Hace mucho tiempo, cuando los reyes actuales se daban baños de masas y "rompían el protocolo" tocando las manos del pueblo que estaba al otro lado de la barrera policial un amigo mío dice consiguió tocarles. Me comentó que tenían la mano muy resbaladiza, que se darían un aceite especial o algo así. (a lo mejor era la sangre azul, que es muy resbaladiza)
Así son los de arriba: ellos pueden mentir y engañar, pagar y cobrar en negro, comprar gentes, mangonear a la justicia y, con la cara más dura decir que ellos ya han explicado lo inexplicable, cuando debieran dar un escrupuloso ejemplo.
Lo peor es que por mucho que parece que tropiezan, siempre caen de pie.
Y lo vemos cada día, ¿verdad?
Lástima que los de abajo -hoy, cuando un escolar tiene en sus manos más información que un sabio del Renacimiento- sigan cediendo a las manipulaciones. El conductismo es ley.
Si estas piezas maestras de la ciencia ficción han resultado proféticas,me acojona pensar cual la siguiente obra premonitoria. Alien?
Títiro.
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