Los límites
geográficos, en cualquier ejercicio de taxonomía cultural, son siempre
vulnerables. Pero séame permitido, siquiera a modo de marco aproximativo, establecer una “zona tenebrosa” literaria: al
sur, Alemania, Suiza y la Italia alpina;
al norte, las ex repúblicas soviéticas;
los Balcanes como frontera oriental. En esta franja, la alta Centroeuropa, se
ha desarrollado un sello literario característico, un modo de escribir extraño
y presagioso donde incluso las escenas más alegres parecen estar nimbadas de un
aura siniestra, donde con frecuencia resulta tan importante lo que se cuenta
como lo que se deja de contar. No necesariamente asociada a lo fantástico,
triunfa en la “zona tenebrosa” –con los austriacos en cabeza- la ambientación inicua: una atmósfera lóbrega, insana, de ciénaga, que deja un resto de
verdín en los dedos del lector. Hablamos de Franz Kafka, de Hans Lebert, de
Danilo Kis, de Gustav Meyrink, de Alfred Kubin, de Joseph Conrad. Transgrediendo
mínimamente la frontera meridional, hablamos también del véneto Dino Buzzati. Sin
duda, mi desmemoria y, sobre todo, mi ignorancia, hacen esta lista deficiente.
Por ejemplo, nada sabía de Isaac Bashevis Singer, y debo el hallazgo de Satán en Goray al préstamo (ya con toda
certeza moroso) de un amigo. La edición es antigua: Plaza & Janés, 1985.
Satán en Goray, escrita originalmente en
yidis, es una buena muestra de la corriente literaria referida (o del estilo,
si lo prefieren). La novela comienza describiendo los sucesos históricos de
1648, cuando se produce la rebelión del atamán cosaco Bogdan Chmelnicki. Las
tropas de Chemlnicki, nutridas de campesinos, son especialmente crueles contra
los judíos, tradicionales aliados de la szlachta,
la alta nobleza polaca, heredera de grandes privilegios y dueña de las
tierras (Bashevis, parcial, no lo cuenta
exactamente así; aunque a nivel narrativo esto no tiene mucha importancia).
Goray, una pequeña y próspera ciudad de mayoría hebrea, es arrasada; el lugar, convertido
en un cementerio de insepultos tras la gran matanza, queda abandonado y maldito.
Bastantes años más tarde, la ciudad comienza a repoblarse, principalmente por varias
familias supervivientes que antaño la habitaron. Todo comienza de nuevo; se empieza
a recobrar una apariencia de normalidad.
Pero la guerra,
como un preludio del definitivo Armagedón, ha marcado los corazones de la
comunidad judía, reavivando las creencias mesiánicas y las supersticiones de la
cábala. Surge, en Oriente, la figura del profeta Sabbatai Zevi, y de su
discípulo Nathan de Gaza; se multiplican los rumores de prodigios
sobrenaturales relacionados con el fin de los tiempos. Es octubre de 1666, y en
la judería de Goray llueven día tras día noticias de este cariz. Una negra semilla
comienza a germinar. Es en este momento narrativo cuando entra en escena la
protagonista principal, Rachele, convirtiéndose en la referencia de la
involución de Goray hacia la histeria colectiva. El relato, desde un principio
gris, sombrío, va alcanzando la negrura de la brea. Los complejos gorayanos, el
sentimiento de culpa y la necesidad de expiación crecen como una metástasis,
aflorando en una fenomenología brutal; surgen la profecía, la posesión, el
milagro, el crimen, la glorificación del
pecado como paradójico catalizador de la era mesiánica.
Bashevis,
impecablemente, no nos conduce al terror a través del énfasis, del tropo
espectacular, de los signos de exclamación o interrogación, de la abundancia
adjetival, de la reiteración. Utiliza la tercera persona, su prosa es fría,
objetiva, de frases sucintas y tacaña de diálogos. Como un testigo cualificado
que describe un suceso con precisión científica. Una forma de contar que, por
contraste, resulta de una efectividad demoledora. Contrariamente a lo que
pudiera pensarse, la intención del autor es crítica, moralizante. Precisamente
la novela concluye con una moraleja que comienza con estas palabras: No hagamos intento alguno de forzar al Señor
para terminar nuestras congojas en el mundo. El Mesías vendrá cuando Dios
quiera y librará a los hombres de la desesperación y el crimen.
Satán en Goray, como una gran metáfora,
condena el fanatismo religioso. Y su mensaje no debe ser circunscrito al ámbito
del judaísmo. La acción de la novela, en el ficticio Goray polaco, se
desarrolla en 1666. Los verídicos juicios de Salem sucedieron en 1692. Pero
Salem es sólo un ejemplo, entre miles, de la condición homeopática de los
credos: en pequeñas dosis pueden tener efecto curativo sobre algunos enfermos.
Sólo en pequeñas dosis.
El dormitorio conyugal ocupaba una estancia
de la semiarruinada casa de ladrillos de Reb Eleazar. Antes de quitarse la
ropa, Reb Itche Mates leía durante una hora o más las plegarias del rabino Judá
el Devoto. Luego, batiéndose el pecho con el delgado puño, y llorando, hacía su
confesión. Paseaba después innumerables veces en torno a un banco. Rechele
esperaba en el lecho por él, dispuesta a recibirle con dulces pláticas de amor,
según las instrucciones de las mujeres. Fuera, los perros aullaban
lúgubremente. Callaban y reanudaban de
nuevo sus lamentos como si deplorasen algún crimen que contra ellos se
perpetrara. Rechele sabía que el Ángel de la Muerte estaba fuera. El viento
sacudía los batientes, hacía entrar glaciales ráfagas en la habitación y la
vela de sebo oscilaba y moría, dejando el cuarto sumido en tinieblas y humo.
Reb Itche Mates continuaba su canturreo mientras se movía de rincón a rincón,
como si anduviese en busca de algo. Parecíale a Rechele que en la estancia
había alguien además de Reb Itche Mates, un ser aéreo y aterrorizador. En su
miedo se le erizaba el cabello hasta las raíces y se tapaba con sábanas. Al
fin, en silencio, Reb Itche Mates se tendía a su lado. Su cuerpo olía a agua de
la casa de baños y a cadáveres. Calentaba sus frígidas manos entre los senos de
su mujer y su breñoso vello la pinchaba la piel. Sus labios seguían moviéndose,
salmodiando para sí, y su cuerpo estaba tan agitado que conmovía todo el lecho.
Las piernas de Reb Itche Mates eran huesudas y puntiagudas y parecían huecas.
Sus costillas sobresalían como aros de barril. Hablaba en voz baja y ronca
llena de pueril misterio.
-¿Has visto algo, Rechele?
-No. ¿qué has visto tú, Itche Mates?
-¡A Lilith! –exclamaba Reb Itche Mates.
Parecíale a Rechele que la visión le
complacía.
-Mírala. Va con el cabello largo, como tú.
Desnuda. Concupiscente.
Isaac
Bashevis Singer, Premio Nobel de Literatura en 1978, nació en Radzymin,
Polonia, en 1904, y murió en Miami, EEUU, en 1991. Tengo la impresión de que su
amplia obra como novelista y cuentista es ignota en España. Una pena.
Gabriel Cusac
2 comentarios:
Según leo tu prefacio al comentario, lleno de aliteraciones broncas, de palabras oscuras parece que oigo tu voz trabada y tremebunda, que ya conozco tan bien y mi lectura gana con la ficción de la escucha, pero llega al éxtasis de escuchar las originales vibraciones de las cuerdas y los recovecos de las cavidades bucales y nasales. Creo que tienes voz de dragón (supongo que escribo esto porque ayer vi una película de dragones) y alguna vez tus escritos ganarían si hicieras como Iñaki Gabilondo un video blog. Apúntatelo y regálanos este fin de año o reyes, preferentemente sobre réprobos.
Iré afanándome también el oficio de los tragafuegos, para dar más efecto...Otra aliteración.
Publicar un comentario