Imagen tomada de Mundo Fanfiction |
En la entrada anterior de este blog, donde
destapaba el plagio de Raúl Martín sobre las “Viejas leyendas bejaranas” de
Gabriel E. Rodríguez Bruno, decía: Viendo
el percal, incluso considero bastante probable que el cronista bejarano no haya
sido el único plagiado en esta obra. Ahora el diputado Manuel Ambrosio
Sánchez confirma esta sospecha, revelando que Martín también ha sacado tajada
de las “Leyendas salmantinas” de Antonio García Maceira.
Con
el salto a la palestra política del asunto, el patio charro se ha
revolucionado. Y, a raíz de la aparición de la noticia en el digital Tribuna, he tenido ocasión de comprobar
que hay muchos comentaristas defensores de la inocencia de Raúl Martín. A ellos
quisiera decirles que, en principio, mi denuncia no tiene ningún trasfondo de
animosidad personal o de motivación política. Nada sabía de este personaje, y
ni los tirios ni los troyanos me cuentan entre sus filas. Con honestidad, me
limito a exponer un caso de plagio, y puedo asegurar que este plagio es
descarado hasta el escándalo. A la mezquindad que supone el hecho de robar
textos ajenos (un robo personalísimo, porque el dinero es anónimo; la creación
literaria, no) se suma el fraude contra los lectores y contra el mismo editor,
el Instituto de las Identidades. También, es cierto, contra cualquier
contribuyente, dado el carácter público de esta entidad, dependiente de la
diputación salmantina. No estamos hablando de pamplinas; la cuestión es
gravísima.
Que no haya dudas. No hace falta ser un
erudito ni un especialista en literatura para verificar el plagio. No se
precisa ningún examen científico. Basta con saber leer y comparar los textos. Para
todo aquel que quiera hacerlo, inserto esta tabla de equivalencias entre los relatos
originales de Rodríguez Bruno y los plagiados por Raúl Martín:
Viejas leyendas bejaranas
|
Mitos, leyendas e historias…
|
La cueva de los encantados, p. 9
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La cueva de los
encantados, p. 163
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La aguja, p. 19
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La aguja del Nazareno,
p. 29
|
Las campanas de la
torre de San Juan, p. 25
|
Las campanas de la
torre de San Juan, p. 43
|
El sastre de la calle
Alojería, p. 35
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El sastre de la calle
Alojería, p. 71
|
La capa, p. 143
|
La capa de las ánimas,
p. 75
|
La fuente del lobo, p.
59
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La fuente del lobo, p.
201
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El tesoro, p. 69
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El regajo de los
moros, p. 115
|
La calleja del Balazo,
p. 81
|
La calleja del Balazo,
p. 145
|
Doña Marianita, p. 89
|
Doña Marianita, p. 175
|
Existen incluso algunos indicios grotescos
reveladores de que Raúl Martín ni se ha esforzado en
la búsqueda de documentación comparativa ni ha realizado ese “trabajo de campo”
(la base de toda investigación folclórica) que con frecuencia intenta
justificar con la entradilla “Cuentan los más mayores del lugar…”. El siguiente
es un ejemplo bastante claro.
Así comienza la leyenda “El tesoro” de
Gabriel E, Rodríguez Bruno:
Los
hechos que siempre más han llamado la atención y curiosidad de las gentes han
sido los hallazgos de forma fortuita de tesoros que habían sido escondidos casi
siempre por personas que se encontraban en circunstancias anormales, críticas o
bien por haber sido mal adquiridos, impulsándoles a su ocultación estas
particularidades, evitando así que cayeran en manos de enemigos, acreedores o
de la justicia, para más tarde poder disfrutar de ellos.
Pero la mayoría de estas ocultaciones, por causas imprevistas o
imponderables, no pudieron recuperarse por aquellos que lo ocultaron y quedaron
sumidas en el olvido, la ignorancia y desconocimiento de su existencia.
Así comienza la leyenda “El Regajo de los
Moros” de Raúl Martín:
Los
hechos que siempre más han llamado la atención y curiosidad de las gentes han
sido los hallazgos de forma fortuita de tesoros que habían sido escondidos,
casi siempre por personas que se encontraban en circunstancias anormales,
críticas o bien por haber sido mal adquiridos. Pero la mayoría de estas
ocultaciones, por causas imprevistas, no pudieron recuperarse y quedaron
sumidas en el olvido, la ignorancia y el desconocimiento de su existencia.
Casi, casi, han leído lo mismo dos veces,
¿verdad? Aquí el plagiario apenas se ha esforzado en el engaño, razón por la
que, muy posiblemente, decide despistar o disimular un poquito cambiando el
título del relato original, evitando de paso la futurible coincidencia literal
que podrían localizar los buscadores internáuticos. Pero lo gracioso viene
ahora.
Sigue contando Rodríguez Bruno:
En
Béjar, estos hechos han ocurrido en varias ocasiones al correr de los tiempos y
lo que la leyenda nos ha dejado constancia, ha sido el gran número de monedas
árabes descubiertas en el “Regajo de los Moros” cuando, se ejecutaron en el ya
lejano pasado, algunas obras o excavaciones de tierras, ya que el Regajo era
antes de hacer las carreteras de Salamanca y más tarde la del Castañar, una
gran pradera que llegaba hasta las huertas que aún existen al mediodía de la
población.
Quien fuera Cronista Oficial de Béjar hace
esta mención, meramente circunstancial, como marco introductorio al tema. Sin
embargo, el tesoro de la leyenda se esconde en un hueco entre las piedras de la
muralla –que se ha demostrado cristiana,
por cierto-, bien separada de El Regajo por el Valle de las Huertas. Raúl
Martín también transcribe con ligeras modificaciones este último párrafo, pero
su plagio es tan veloz –o célere,
adjetivo que gusta particularmente al copista- que acaba asociando el Regajo
con la muralla, como si fueran anejos, y acaba su narración con esta frase: “Desde
entonces, el tesoro del Regajo de los Moros espera a quien sepa dar con la
piedra correcta que esconde la caja de madera con las joyas del confiado
sefardí”. Y ¡paf!, ya está, le surge el título como una revelación: “El Regajo
de los Moros”.
¡Ay,
Raúl! Como dicen los más mayores del
lugar: esto es para mear y no echar gota.
Gabriel Cusac
2 comentarios:
Un escrito es como un hijo y sólo un padre sabe lo que cuesta criarlo y educarlo, para que luego venga alguien y te lo malee, lo apadrine, lo usurpe.. Es una cosa muy vil falsificar escritos, vale que no los paguen, pero si le expolian a uno la paternidad ya entramos en lo sagrado, en la magia testicular, la esencia misma de nuestros seres.
¡Duro con el impostor!
En ello estamos, Juan, y me parece que este copista ya está sentenciado: todo es demasiado obvio.
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