10 de abril de 2020

Pequeño divertimento para solaz de lectores curiosos

Mujer con tablillas enceradas y lápiz, fresco de Pompeya (imagen tomada de iltascabile.com)



¿Algún lector reconoce este terrible párrafo?:

Nací en el año 18…, más pobre que las ratas, perjudicado con suspensas dotes, inclinado por naturaleza a la desidia y al odio hacia los más sabios y honrados de mis semejantes y, por tanto, habría sido razonable predecir, con todos los augurios, un porvenir delictivo y oscuro. Y, ciertamente, la mejor de mis faltas fue una disposición cruel y misántropa, la misma que dio la pesadumbre a muchos, pero que en mí resultó totalmente conciliable con un deseo imperioso de esquivar al común de la gente.

Hagan sus apuestas. No, no se trata de un pasaje de Los cantos de Maldoror. No lo encontraremos en alguno de los Cuentos crueles de Villiers. Es inútil repasar la lista de los “malditos” del XIX. Tampoco vale aquí la búsqueda internáutica, ese milagroso recurso que nos transforma en súbitas lumbreras y eficaces opinadores todoterreno. ¿Vaya enigma, eh?
Solución: este apuntador travieso ha fabricado una impostura. Me he limitado a voltear en negativo el inicio del último capítulo de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero no me digan que el experimento no resulta interesante. Si estas cuatro líneas existieran realmente y acabásemos de descubrirlas, ¿no estaríamos ya intentando hacernos con el libro? Yo sí.
El confinamiento nos conduce a extraños juegos. Pero que nadie revestido de gravedad desprecie lo lúdico en estos tiempos tenebrosos. El juego, literario o no, es una imprescindible terapia. Como el humor. Por eso, si algún solemne inquisidor replicara “no es momento de bromas”, le diría: “Puedes estar contento de que te vaya a dar solo una hostia terrestre, porque si te diera una lunar, siendo tan idiota volarías hasta los Alpes y te quedarías allí pegado. ¡Si te diera una de las pesadas, de las solares, tu traje se transformaría en una sopa y tu cabeza iría a parar a África!”.  
Seguimos el juego. Esta cita es verdadera, solo he cambiado dos palabritas. Hagan sus apuestas, señores.
Gabriel Cusac


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