A
dos metros de mí, su perfil de valquiria se recortaba sobre el paisaje como si
todo formara parte de una calculada mise-en-scène: la abrupta quebrada
de granitos imponentes, un cielo limpísimo, aquella hermosa joven apoyada en la
barandilla de la pasarela aérea sobre la estruendosa cascada, Eolo intentado un
tímido cortejo acariciando su melena rubia. Era una clara mañana de mayo, y apenas
unas diez personas poblábamos el mirador de Masueco. Pero ella estaba sola.
Como yo. Quedé prendado contemplándola, y el impresionante espectáculo natural
del Pozo de los Humos pasó a un segundo plano. La bella desconocida, a quien la
ropa de montaña no conseguía disimular una figura más que gallarda, tenía los
ojos de jade, los rasgos delicados, un parecido asombroso con Simonetta
Vespucci, la modelo de Botticelli. El Nacimiento de Venus es una de mis
obras de arte favoritas, y nunca he permanecido ajeno a determinadas
supersticiones. Entendí señal del destino aquella concatenación de
circunstancias; argüí causalidad, no casualidad, en su presencia; tuve la
certeza de que aquella Venus Fluvial, como la Venus Marina para el pintor
florentino, iba a convertirse en mi particular musa.
Su
dulce arrobo, su aparente éxtasis posado sobre el abismo, facilitaba mi examen
moroso. O, más propiamente, mi encandilamiento: el mundo había quedado resumido
en ese rostro de definitiva serenidad. Transmitía calma y a la vez alegría, una
íntima satisfacción de vivir. Por eso me dio un vuelco el corazón cuando giró
la cabeza y nuestras miradas se cruzaron. Abriendo su sonrisa -Porta Coeli-,
dio un paso hacia mí. Creí en la bondad humana, en la Divina Providencia, en la
viabilidad del anarquismo, en la felicidad.
-Oye,
macho, tengo un mono que lo flipas, se me ha jodío el chisquero y estoy hasta
el mismo coño de que aquí no fume ni Dios. Si tienes fuego me salvas la vida, me cago en el
copón bendito -dijo, rascándose una teta.
-¡Qué
putada, tía! Tranqui, colega, que si te mola el rollo hasta nos liamos un buen
peta para que nos dé el subidón en este sitio tan guay.
-¡Dabuten,
Morgan!
Gabriel
Cusac
2 comentarios:
En las clásicas películas americanas a continuación la cámara divagaría hasta posarse en un tierno gatito. Aquí tras la floresta de murmullos agudos cruzaría un jabalí.
(fue en el año 92 que visité el Pozo de los Humos. No sé si ha crecido por allí floresta aparente para ciertos asuntos de intimidad).
Aunque a la tía parece no importarle hacerlo a pelo y sin resguardo.
Y los sueños...sueños son. Un saludo, Juan de la Cruz (y del Mercadona).
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