27 de octubre de 2024

Sic transit gloria mundi (Primer Premio en el Concurso de Relatos Víctor Chamorro, Hervás 2024)

 


In ictu oculi, Valdés Leal


   Sic transit gloria mundi

Gabriel Cusac Sánchez

 

 

   En la escuela nos han enseñado la historia de una mujer -y reina por la jerarquía, la belleza y la inteligencia- que besaba al poeta dormido por feo que fuera.

Gaston Leroux, La muñeca ensangrentada

  

 

I. Cómo es Jesús María Oppenheimer-Sánchez y Fecales de Zamarramala. Atenciones prosopográficas y etopéyicas.

   Llamadle Chuchi.

   Salvando algunos casos circunscritos a  la infancia y a determinados tipos de vesania, ningún lector es capaz de formar una imagen mental siquiera aproximada del personaje descrito en un texto, del mismo modo que para saber cómo son un manzano, un mejillón o la flor de la canela hay que verlos, no consultar el diccionario. Sin embargo, considerando que este tipo de retratos artificiosos forman parte de los cánones literarios (considerando además que existe una gran probabilidad de que el jurado de este concurso, amén de ilustre y soberano, sea también gran observador de los cánones literarios), procederemos al engorroso,    pero necesario, trámite  descriptivo que, en su parte prosopográfica, podría intitularse Chuchi, o cuando la anatomía es un agravio.

   Chuchi es un ser escuchimizado, una miseria de hombre que alcanza el metro sesenta con problemas y tiene las carnes justas para envolver la osamenta. Este prototipo de canijo, este auténtico miñambres de pechos acuchillados por las costillas, padece empero una enfermedad paradójica, una enfermedad rara como un obispo apóstata o una mariposa de diciembre, pero que sin duda existe y es culpable no solo de la desproporción manifiesta de sus pies, manos y apéndice central, sino también de su mote, léase don Nosferatu, donde el tratamiento pronuncia la coña. Si Chuchi enterrara sus manos, quizá arraigaría. Si Chuchi enterrase sus pies y alzara los brazos, sería algo parecido a  esos árboles personificados que salen en los cuentos infantiles. Para completar el ramito, añádase que Chuchi cojea de la izquierda por una polio. Mirando por el lado bueno este breve, pero cruento, catálogo de adversidades físicas, cabe apuntar que Chuchi se libró de la mili, rito de iniciación patriótico antaño obligatorio.

   En lo que respecta a la segunda parte de las descripciones prosopográficas canónicas, o sea el rostro, todo resulta mucho más sencillo señalando al atento lector el término médico facies peritoneal,  concepto que  resume excelentemente este apartado aunque, en puridad, no podamos hablar de cuadro clínico. Comprimida y sufriente per se, como hecha un gurruño, semejante facies queda enmarcada o escondida, depende, por una media melena -negra como ala de cuervo, negra asimismo como la propia ceja doble de Chuchi- donde se concilian el mester de juglaría   y el heavy metal, dada la prolongación de la misma en sendas patillas de hacha. Otras reminiscencias medievales asoman en: a) los pómulos, marcados como almenas; b) la nariz, abultada y granosa, con cierto aspecto de bola de mangual; c) la mandíbula inferior, tal ariete d) orejas de soplillo en los flancos de la facies o panoplia, a modo de tenantes custodios. Utilizaremos una referencia moderna, empero, para construir otra bella metáfora calificando su sonrisa de estadística, por lo de las gráficas de barras. Y la última pincelada de este lienzo: ojos verdes, muy bonitos, en el fondo de las cuencas, dos esmeraldas tiradas a sendos pozos.

   Hoy por hoy, Chuchi tiene cincuenta y cinco años.

   Finadas las dos partes canónicas relativas a la prosopografía, únicamente resta atender la etopeya. Luego ya empezaremos a contar una historia.

   Etopéyicamente, Chuchi es un tío muy majo, vaya que sí. Por eso no mentimos al calificarle como bella persona, aunque no sea una persona bella.

    Y ya, sin más dilación, pasamos a contar qué le pasa a Jesús María Oppenheimer-Sánchez y Fecales de Zamarramala, alias don Nosferatu,  llamadle Chuchi.

 

II. Qué le pasa a Chuchi. El meollo propiamente dicho.

      Chuchi vive en una pequeña ciudad salmantina, descolgada del campo charro, cuyo nombre no aparecerá en estos papeles discretos. Si hacemos caso a los postulados del  determinismo geográfico, el entorno privilegiado de dicha (o no dicha) ciudad asegura la altivez, la nobleza, la generosidad, la firmeza de carácter, la amplitud de miras de su paisanaje. Si hacemos caso al refranero popular, en todas partes cuecen habas. Si nos olvidamos de pamplinas, resulta bastante significativo explicitar que no tanto por su peculiar fisonomía urbana, a modo de franja extendiéndose elásticamente sobre un valle, como por la todavía más peculiar idiosincrasia de sus habitantes, es llamada la ciudad estrecha. En ella conviven pacíficamente unas doce mil almas, unidas por las fuertes trabazones de la vecindad, los intereses comunes, la genealogía recurrente, la desconfianza frente al extranjero, el chismorreo, la envidia, el acentuado complejo pueblerino frente a la ancha y cosmopolita capital de provincia, etc. Un lugar del confín de Castilla, en definitiva, bastante habitable en términos generales, donde Chuchi saluda a los vivos, entierra a los muertos y perdura en una soltería aparentemente plácida… Pero sólo aparentemente, y entra aquí el meollo, o sea nudo narrativo.

   Porque esta placidez, el sentencioso recurso del buey solo, no es más que una coartada convencional, un falso impermeable del alma, un disfraz que le proporciona cierta comodidad a la hora de posar frente al mundo, pues enseñar la desgracia significa multiplicarla (o eso piensa nuestro personaje). En realidad es ya rancia su inquietud de encontrar la media naranja; nada desea más desde que dejó atrás una niñez no especialmente memorable, cuando su nombre equivalía al toque a rebato contra el chivo expiatorio. Pero esa complementaria mitad de salustiana, valencia o navelina también lleva retrasando su advenimiento desde entonces, con una tozudez indiciosa de la utopía, sin un resquicio siquiera probable donde pudiera haberse despistado la fatalidad. Chuchi, durante tan largo periplo, no ha tenido ni rollos, ni aventuras, ni noviazgos, y solo las recurrentes procuras de la piel y la palabra mercenarias han supuesto, siempre con un regusto amargo, el pobre lenitivo a la carencia de una compañera amada[1].

    La empresa de conseguir esta compañera, dadas sus hechuras (las de Chuchi), resulta harto compleja; al no padecer de idiocia, es muy consciente de ello. Lo rubrica la frecuencia de un sueño. Chuchi está en la barra de La Venus  Sexy, atrapando una copa entre su diestra, especie de tenaza prensil que convierte el vaso de tubo en una probeta. Sostiene un cigarro con la otra mano -en La Venus Sexy, ínsula libertaria, se permite fumar, esnifar y hablar en voz alta-, y cada vez que da una calada parece que va a sacarse los ojos. Como una noche de sábado cualquiera, de no ser porque el prostíbulo alberga una clientela bastante distinta a la parada de los monstruos habitual, y tanto a su lado pide un cubata el de Frankenstein que Quasimodo se mete en el reservado con la mulata Marlene, o entran en el garito Michael Jackson y Mick Jagger; el hombre lobo, con un chándal del Athletic, siempre está echando a la tragaperras. Suena una canción de Los Chunguitos una y otra vez, una y otra vez bebe como los peces del villancico sin que el sol y sombra se agote, fuma el cigarro infinito. Y despierta Chuchi sudoroso, sediento y abatido, sintiéndose más freak que nunca. Luego se pregunta por qué el hombre lobo viste chándal del Athletic, si el fútbol le trae al pairo, pero este enigma, al fin y al cabo, es baladí.

    Al asunto de las hechuras, de su fealdad teratológica, deben añadirse dos problemas secundarios: la propia estrechez de la ciudad estrecha, donde todas las mujeres solteras, si no están comprometidas, lo parecen, y un oficio que, acaso debido a cierto recelo supersticioso, no favorece precisamente el establecimiento de las relaciones amatorias. Contrariedades que nos ofrecen la oportunidad, por fin, de utilizar la palabra tesitura, del mismo modo que, con anterioridad (y, modestia aparte, también con buen tino), hemos recurrido a otro vocablo culmen de nuestro léxico: periplo. Pues bien, ante esta tesitura, Chuchi lleva algunos años desarrollando una respuesta que hasta el momento no ha dado los frutos deseados, pero en la que confía ciertamente. Se trata de publicitar su belleza interior, de compensar, digamos, los estragos prosopográficos  con las virtudes etopéyicas. Hablando más claro: Chuchi busca la notoriedad, la fama. Aunque no la fama per se, fatua aspiración sintomática del complejo de inferioridad, sino la praxis de la fama, ésta como inefable reclamo de su media salustiana, valencia o navelina. Existen, al caso, varios caminos. Caminos fatigosos, como la gesta deportiva; caminos impúdicos, como la política (donde la competencia es aún más feroz); caminos inanes, como el regicidio; caminos de ancho acceso, pero que la masificación convierte en intransitables, como el voluntariado heroico; y trochas más que caminos, cuajadas de tropiezos, barrancos, sumisiones y decepciones, como las que conducen al caro Olimpo literario. Pues bien, Chuchi ha decidido atrochar.

    Chuchi pretende ser un gran escritor. Aunque acaso sazonada de tópico y esperanza, Chuchi tiene la certeza de que todas las mujeres sienten admiración por los escritores; sostiene Chuchi que es este un oficio muy vistoso y seductor, con más gancho incluso que otras profesiones tan bien consideradas a la estima femenina como médico, bombero o policía. A un escritor, solo por serlo, se le atribuyen virtudes estupendas, como la sensibilidad y la inteligencia; un escritor es un ser maravilloso capaz de extasiarse con los amaneceres y los ocasos, e incluso entre medias, a cualquier hora del día, puede regalar los oídos de una dama con ternuras y lindezas. Dos o tres metáforas bien dichas, y a la dama ya le están haciendo los ojos chiribitas… ¡Qué praxis! ¡Menuda bicoca!

   Sí, ser escritor, prosista o poeta. A los efectos tanto da, aunque quizá  lo de poeta suene bastante mejor (dramaturgo también suena fabuloso, pero, de teatro, sólo conoce  La venganza de don Mendo) y, además, Chuchi ya ha hecho sus pinitos líricos. La gente parece que no se ha enterado, pero en estos papeles estamos hablando del eximio ganador de las tres últimas ediciones de las Justas Poéticas Fúnebres, concurso dotado con 250 euros y Calavera de Oro para el vencedor, que patrocinan conjuntamente la Asociación Nacional de Enterradores y la empresa funeraria Suspiros de España. Las calaveras no son de oro, esto se puede considerar una licencia poética. Son de escayola y están pintadas de purpurina, pero muy logradas y a tamaño natural. Chuchi, apañado como él mismo, ha logrado integrarlas armónicamente en el conjunto de la decoración doméstica, colocando una a cada lado del televisor y otra, alzada sobre dos cajas de zapatos y un tarugo zagueros, asomando por encima de la pantalla. A este conjunto bizarro, Chuchi, que es todo un Góngora, lo denomina Podio Fúnebre, y ya está pensando en cómo no romper la armonía decorativa si gana la siguiente edición.

   Con tales precedentes, cabe confiar en el potencial lírico de Chuchi, quien aspira a dar el salto presentándose a concursos literarios de más renombre y, por qué no, de más remuneración. Como él dice, el éxito está en ciernes/como lo está del jueves el viernes. Y es que ser poeta es una opción vital.  Otra cosa es ganarse los garbanzos, claro. Pero en tanto llegan los preciados laureles de la dea Fama, Chuchi va formándose, y, de momento,  ya es  todo un erudito en cuanto a poesías  fúnebres, macabras,  necrófilas y similares. Un necrolírico, podría decirse. Muy pocas personas (entre las que indudablemente, empero, se cuentan los miembros del ilustre y soberano jurado) están versadas en la materia. ¿Quién conoce los Epitafios de Villon y de Corbière? ¿Y las Tumbas de Mallarmé? ¿Y Como un lejano estanque de Jean Lorrain, El lecho de la muerte de Montesquieu, el Testamento de Charles Cros o La primera noche de Jules Laforgue? ¿Pero quién coño ha leído todo esto, eh, quién coño?

   Chuchi sí. A nuestro vate sepulcral quizá sólo le faltaría ser enterrador en un camposanto de postín, el  Père-Lachaise, el Histórico de Londres, el romano de los poetas, para que el caudal de su inspiración, de su particular y, de momento, modesta Castalia, aflore a borbotones. Sin embargo, el cielo de sus esperanzas se ve entorpecido por los sombríos nubarrones de la duda. Y la duda versa sobre su propio talento. Porque, aunque no dejase de acumular calaveras de purpurina, aunque convirtiera el comedor en una versión casera y áurea de la cripta  dei capuccini o de la capela des ossos, su poesía tiene la transparencia del agua. Es decir, se le entiende todo. En cambio, a todos los de antes… ¡a veces parece que hay que darles de comer aparte! Lee los versos de sus maestros, de tales sepultureros máximos, y hay algunas cosas que entiende, otras que cree entender y muchas que son jeroglíficos insolubles. Lee los suyos, y echa de menos tanta mandanga y retorcimiento. Tienen, los susodichos, un estro complejo y sutil, un estro de agárrate y no te menees. Todos, además, de los tiempos de Maricastaña, unas auténticas momias… ¿No habrá escogido una especialidad trasnochada? ¿No serán, además,  las Justas Poéticas Fúnebres, un concurso -acaso, nunca mejor dicho- de mala muerte?  ¿Por ende, no serán, sus aspiraciones líricas, más fatuas que los fuegos fatuos? ¿Y no supone el colmo de la hipocresía meter, a la primera de cambio, el sic transit gloria mundi en todos sus poemas, cuando precisamente lo que busca es la gloria mundi a toda costa?

   Además del sic transit gloria mundi le preocupa el tempus fugit. Ya corrido, muy de largo, el medio siglo, Chuchi cree que ha llegado el momento de tomar decisiones, de emprender la revolución personal (de hecho, por ejemplo, no hace ni tres días que pidió por internet una pala americana, una de esas palas estrechas y de mango largo que usan todos los sepultureros y profanadores de las películas); el cambio debe suceder ahora o nunca.

    Chuchi ya ha dado el paso, y muda a la prosa. Lo hace, por añadidura, presentándose a un concurso de enjundia y solera. Ha construido un texto sincero, una gavilla de folios a medias entre la confesión y la instancia, una suerte de microbiografía con sus adjetivos, sus metáforas y sus preceptivas atenciones prosopográficas y etopéyicas. Ahora, espera el fallo.

 

 III. Adónde conduce toda esta milonga: el desenlace.

   Que depende de los ilustres y soberanos miembros del jurado, a quienes, gentilmente, se ofrece la inédita conclusión de esta historia.



[1] Observe el ilustre y soberano jurado la calidad y el sentido dramático imperantes en este párrafo.

30 de julio de 2024

¡Paulino a los altares!

 

¡Hosanna!

No se pilla los dedos la católica Iglesia, y toda la titulación virtuosa, de siervo de Dios a santo, que debe pasar cualquier meapilas  para subir a los altares comienza a tramitarse con la servilleta ya doblada. No sea que el Maligno disfrace a un lobo de cordero y, cuando todo quisque ya se postrase ante él, le diera por sacar la chorra ante las multitudes, hacer un corte de mangas al Papa o se le escapara un “¡Ahí va la hostia, pues!” en medio de los salmos. ¡Y es que el Maligno es un pillastre de mucho cuidado, oigan!

Tan necesaria introducción viene a cuento, queridos (hasta el frenesí, de verdad) paisanos, porque todos sabemos que ahora mismo, entre nosotros, vivito, coleando y posiblemente cascándose una Estrella como Cucurella, hay un santo. ¡Sí, todos lo sabemos!: ¡Paulinoooooo! (gritemos hasta la afonía).

Cuando el gran Pauli la palme, dentro de cien o ciento cincuenta años, la inevitable demanda cívica obligará al Dicasterio de las causas de los santos a estudiar su caso.  Pero, para que las generaciones venideras reconozcan su obra (Paulino opus) por los siglos de los siglos (in saecula saeculorum, chatungos), somos nosotros, los bejaranos y comarcanos de nuestro tiempo, los valientes y nobles vetones de hoy, quienes debemos ir tomando notas de su esencia divina, testificando sin pudor de su apostolado. Hagamos, por tanto, acopio de milagros.

1-La bilocación. Motivo de las camisetas estampadas que causan furor entre los jóvenes de nuestro bendito terruño: “Dios está en todas partes,  Paulino también”. Se trata, sin duda, de una inocente exaltación devota, pero no podemos incurrir en herejía: solo Dios es omnipresente. Aunque todos  sabemos  que Paulino puede estar en dos barras de bar a la vez, a veces incluso en dos barras de distintos pueblos en fiestas. Algunas fuentes, a mayores, hablan de trilocación, y esto ya sí que es de agárrate y no te menees, la puta bomba, sin precedentes en la literatura hagiográfica. Por favor, a partir de este glorioso momento insto a todos los bejaranos, comarcanos y demás adláteres de buena fe para que, móvil en mano, graben la presencia de Paulino, allá donde le encuentren, para un elemental cotejo de pruebas audiovisuales. ¡Desperta ferro! ¡Con dos cojones!

2-La multiplicación de los tercios y las tapas. En innúmeras ocasiones también hemos sido testigos de este prodigio, a imitación del milagro de los panes y los peces, pero a nivel individual (efectivamente, por discreción pauliniana). Sin que pida al camarero, sin que le hayamos quitado la vista de encima. Bebe y bebe y vuelve a beber y resulta que siempre tiene el tercio de Estrella lleno. Otro tanto pasa con las tapas. Paulino mastica y mastica, pero no falta el platito delante con la tapa de magro intacta. Documentémoslo, porfi.

3-La erradicación de la prostitución. Nunca seremos capaces de ponderar con suficiencia la labor evangelizadora de Paulino. Años ha, a pesar de ser un pueblo elegido y tener por costumbre subir del Castañar al Cielo, a pesar de que tradicionalmente hemos competido en golpes de pecho con el Parque Nacional de Virunga, resulta que, debido a  alguna inexplicable anomalía, nuestra paradisíaca zona geográfica estaba salpicada de una notable cantidad de puticlubs o puticlubes (ambas formas aceptadas por la RAE). Sí, amigos, fue Paulino. Sermoneando noche tras noche a las maríamagdalenas del lugar, con el candor de il poverello pero a la vez con la constancia de un martillo pilón, levitando en los momentos de especial énfasis hasta lo más alto de la barra de pole dance (como afirman multitud de testimonios), luchando contra lujuriosos vientos y pérfidas mareas… Sí, objetivo cumplido: redimió a todas hasta no dejar ni una en muchos kilómetros a la redonda. Graznemos al unísono: ¡Bravo! ¡Yupi! ¡Irulá!

4-La eterna juventud. Bien puede demostrarse. Muchos de nosotros, que peinamos canas, éramos unos mozos cuando Paulino ya estaba animando el cotarro. ¡Y hoy sigue igual! ¡Hasta se quita las gafas, el cabrón! Espicharemos en breve, y sabemos que Paulino nos dará el último adiós en San Miguel. ¡Aleluya!

En definitiva, píos compañeros en este valle de lágrimas, os insto a que sumemos pruebas irrefutables para que el Dicasterio ese juzgue con acierto. Esto hará que nuestras vidas tengan un sentido. 

¡Tralarí, tralará!

 

Gabriel Cusac Sánchez

 

21 de abril de 2024

Seguimos, Pipe

 


 

Pipe con cigarro (como siempre)

Estos cambios de tiempo me vuelven loco. Hoy, por ejemplo, tengo el capricho de la indiscreción, y quiero contar dos anécdotas.

La primera.

Hace ya unos cuantos años, el bueno de Luis Felipe Comendador convocó una manifestación para protestar por el precio de la electricidad. Como  el evento carecía de interés para los ricos de Béjar, no nos juntamos más de diez pringaos en la plaza comunera. Allí, un abatido LF confesó que Sbq Solidario, su ONG laica y apolítica, su bella empresa, ayudaba a pagar la factura de Iberdrola a algunos paisanos. En la ocasión, eran bejaranos ausentes, definiendo con su renuncia la esencia de esta tenebrosa Comala castellana, donde cada gramo de dignidad es aplastado por una arroba de orgullo (que es el orgullo grosero del pseudohidalgo con mondadientes y el orgullo churriano de la condesa de la Picha Tiesa). O sea que ninguno de los beneficiados había acudido. Si yo estuviera en el lugar de LF, semejante felonía habría bastado para liar los bártulos. Para él solo fue un párrafo desafortunado, y punto y aparte.

La segunda, también añeja.

Eran imágenes apocalípticas. Gringo Lucho -que es el alias exótico de Luis Felipe- me enseñaba en su guarida fotos de unas inundaciones en Perú. Fotos de liliputienses parcelas (para chabolas) puestas en alquiler a “precio de protección oficial”, porque esos terrenos estaban condenados, como cada año, a volver a cubrirse de agua.  Fotos de una riada de huesos, porque el torrente había arramblado con un cementerio. Fotos de sus ahijados americanos, niños quemados por el sol y por la desgracia que sin embargo tenían la generosidad de posar con alegría delante de la cámara. Entonces LF me contó que cada año desaparecen infinidad de niños de la calle en Perú. Como en tantos países de Sudamérica. Son desapariciones anónimas, sin constancia estadística. Mueren drogados en cualquier esquina. O acuchillados en una reyerta. O son secuestrados por las mafias con destino al tráfico de órganos o a la explotación sexual, a veces sencillamente vendidos por sus propios padres. El pobre Luis Felipe (que es el gran Luis Felipe),  con dolor, llegó a decirme que ante tamaño ejemplo de iniquidad,  su labor humanitaria poco menos que no valía para nada, que era infinitesimal. Homo hominis lupus. Pero no lo es, claro que no lo es. Y si un gorro o un juguete provocan una sonrisa en un niño de Los Llanos del Trujillo peruano, esa sonrisa tiene la fuerza y el valor de una pequeña revolución. Esa sonrisa enseña que no todo está perdido ante la potestad del sistema criminal llamado capitalismo. Esa sonrisa es una firma de esperanza y un llamado a la humanidad. Esa sonrisa hace que Pipe no se rinda.

Después de estas anécdotas, qué decir.

 A mí me encantaba visitar el baratillo de la calle de las Armas. A veces me llevaba cosas, a veces las traía. Echaba un parlao con LF y en un pispás arreglábamos el mundo, satisfacía o intentaba satisfacer mi ansia bibliófila (que no bibliófaga) ante miles de volúmenes, curioseaba entre la quincallería. Cajón de sastre de cajones de sastre, baúl mundo de baúles mundo, librería de Babel, gabinete de maravillas y bazar totalizador, la sede de Sornabique era sin duda el espacio más original de la ciudad estrecha (inspirador, por cierto, de la mogarreña y también venanciana Tu librería de siempre), y nunca estaba de más perderse y perder el tiempo en semejante refugio. Pues bien, entendámonos. A mayores del aspecto lúdico, resulta que también era el templo donde a diario se producía el milagro de la solidaridad, una fábrica de maná   para     las gentes de los lejanos Llanos, una escuela de -encantadora expresión- humanismo pequeñito.

Pero resulta que una mañana nos hemos levantado  descubriendo  al invasor. Resulta que nos enteramos de que el templo es propiedad de los mercaderes, y los buitres  desahucian a LF. Porque ya se sabe que hay que rescatar a los bancos (aunque nunca paguen el rescate), pero lo de rescatar a los ciudadanos es un chiste. Y de este modo se consuma una paradoja de crueldad manifiesta. ¡Ay, bobos de los cojones, con vuestras tonterías solidarias! Gana la banca, como siempre, y en este caso se queda con los 250.000 euros ya pagados y con el local.

Es un palo, es una hostia de pleno. Pero Pipe sigue adelante porque recuerda la sonrisa de un niño quemado por el sol y por la desgracia. Pipe tiene el alma grande.

De la iglesia de la calle de las Armas nos mudamos a la ermita de la calle Colón. Seguimos.

Gabriel Cusac Sánchez