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"Autorretrato como Zeuxis riendo", Rembrandt |
Hace
poco tiempo decidí encontrar a un anciano de aspecto venerable. Porque me di
cuenta de que no conocía ninguno, a pesar de que tal expresión, “anciano de aspecto venerable”, parecía
repetirse infinitamente de forma oral o escrita. No obstante, para fundamentar
este texto de una forma elegante, busqué ejemplos. Es decir, recurrí a internet
y a la IA, instrumentos que nos convierten en una especie de dioses cuñados y
permiten la referencia culta incluso a
quien solo lee prospectos o prensa deportiva. Pues la IA, que es la hostia,
solo pudo localizar dos ejemplos literarios, uno en una novela de García Márquez y otro en un cuento de
Unamuno. Al respecto, tengo que añadir dos puntualizaciones: a) a pesar de la
escasez de ejemplos, es obvio que la expresión goza de bastante popularidad, de
otro modo no se explica que me lleve
agusanando la cabeza desde chinorri b) os jodéis y buscáis vosotros mismos los
textos de Gabo y del brasas de Unamuno.
Primero
en política, como concejal de Urbanismo, y luego en la cárcel, aprendí una
importante lección: es necesario cuestionarse todo, absolutamente todo. Y, en
el asunto que nos ocupa: ¿cómo cojones se explica que en toda mi puta vida no
recuerde a ningún anciano de aspecto venerable? ¿Acaso se trata de un mito, de
un arquetipo jungiano, de una quimera universal? ¿Una mentira obscena como la
del “molt honorable” Jordi Pujol?
Aprovechando
que, con motivo de una de tantas celebraciones casposas, el Ayuntamiento
repartía comida gratis en la Plaza Mayor, decidí acercarme al foro para
solucionar el enigma entre los cientos de jubilados que a buen seguro se
concentraban allí. Qué decepción. Fue una experiencia traumática. Únicamente
hallé ceños fruncidos, mandíbulas descolgadas, miradas rapaces, gestos de
desconfianza, bocados desbocados y chismes maledicentes. También panceta,
sudor y cubiertos de plástico.
Con
una extraña sensación de aturdimiento, lo primero que hice al llegar a casa fue
ducharme. Luego, frente al espejo, aplasté los cuatro pelos que crecen en mi
cabeza a modo de matorral estepario. Y fue así, frente al espejo, cuando me di
cuenta de que estaba mirando a un anciano de aspecto venerable.
Os
vais a cagar.
Gabriel
Cusac Sánchez
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