Acto
Primero
(Bajo
el porche de una típica casa de campo yanqui, dos hombres blancos de unos
cincuenta años compartiendo las viandas dispuestas en una pequeña mesa. Uno,
William Taylor, es el ranchero; el otro, marcando su oficio con camisa negra y
alzacuello, es el padre Eliezer Cavendish. Enfrente del porche, una
destartalada camioneta pickup y un hardtop de finales de los sesenta. En
segundo término aparece el pórtico de entrada a la finca, coronado por el cráneo
de una res, y el vallado de un picadero. El clérigo y el ranchero hablan y
comen).
CURA:
Francamente, William, no quisiera repetir una experiencia tan brutal. Pero no
me cabe la menor duda: aquel cerdo no era mejor que sus congéneres ahogados en
el mar de Galilea por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, quien expulsó los
demonios del pobre gadareno.
RANCHERO:
Cierto, padre Cavendish. Si esa bestia inmunda solo hubiera intentado forzar a
la viuda Meredith y al vendedor de planchas de Connecticut que acudió en su
ayuda, podría entenderse como una brutal anomalía, aunque anomalía al fin y al
cabo. Pero cuando usted, el sheriff y yo
le vimos galopar veloz como el caballo de un forajido, creo que ya entendimos
que nos enfrentábamos a una fuerza oscura. La Cueva del Ahorcado está a tres
millas de la Hacienda Meredith… Tres millas persiguiendo a un cochino.
CURA:
Incluso esa persecución podría entenderse como otra sorprendente anomalía sin
recurrir al argumento sobrenatural. Sin embargo, Satanás se manifestó en la
cueva; aquí no cabe otra certeza. Los tres fuimos testigos de cómo gruñió, con acento mejicano, esas extrañas frases…”Si
prescindimos del valor de uso de las mercancías éstas sólo conservan una
cualidad: la de ser productos del trabajo”, “Todo el sistema de la producción
capitalista descansa sobre el hecho de que el obrero vende su fuerza de trabajo
como una mercancía”, “La mercancía del obrero asalariado solo funciona como
mercancía cuando se incorpora al capital del capitalista”… ¡Ese cerdo hijo de
puta violador encima era afiliado del
SWP!
RANCHERO:
Dios mío, en verdad que tenía bien merecidos los tres balazos que le disparó el
sheriff McAllister. Pero es justo reconocer que la carne es deliciosa. ¿Le
apetece otra porción de meatloaf?
CURA:
Por supuesto, nunca había probado nada tan exquisito. Gracias, querido Bill.
Acto Segundo
(Ocaso.
El Chevy Biscayne policial, con las puertas delanteras abiertas, casi embistiendo
las escaleras del porche. Arriba, el sheriff McAllister y Matthew, su ayudante,
de pie, con los brazos en jarras, contemplan
los cadáveres ensangrentados de William Taylor y Eliezer Cavendish, muy juntos,
diríase que unidos en un abrazo dislocado y macabro. Como señalándoles, dos
cuchillos también ensangrentados flanquean los cadáveres, delatando la causa de
la tragedia. Las sillas están tiradas, pero la mesa permanece intacta).
AYUDANTE:
Es increíble, jefe. Todo parece indicar que se han matado a cuchilladas. Tanta
saña… ¿Sabe, jefe, que circulaban rumores…?
SHERIFF:
Claro, todo el condado lo sabe. ¿Qué sugieres, Matthew? ¿Una pelea de
enamorados? Es cierto que la violencia extrema siempre se asocia a los crímenes
pasionales, cabe considerar la posibilidad.
(Quedan
en silencio. Inopinadamente, el sheriff sortea los cadáveres para acercarse a
la mesa y coger un cacho ya cortado de pastel de carne ante la mueca, a medias
entre la incredulidad y el asco, de su ayudante. El sheriff devora en unos segundos
el pedazo de pastel, con ansiedad manifiesta, y su expresión se transforma
peligrosamente. Desenfunda y dispara a
su ayudante).
FIN
Gabriel
Cusac Sánchez
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