Ni tan siquiera las últimas medidas correctoras adoptadas por el gobierno, tendentes a convertir España en un país de esclavos, aseguran la pervivencia del sistema. El problema de fondo es que sobra demasiada chusma, y se hace necesario un esfuerzo de imaginación para descubrir métodos más expeditivos. Ya definidos formalmente los estamentos más onerosos -funcionarios, parados y pensionistas, como se sabe-, planteo aquí una modesta proposición que expongo al análisis de nuestros gobernantes, pero sobre todo al de sus jefes.
Pienso en primer lugar que todos nuestros parques naturales deberían ser convertidos en cotos de caza. "Cotos funcinegéticos" quizá fuera aquí una denominación acertada. Obviamente, para auxiliar a la clase noble en sus prácticas de caza lustral, serían necesarios algunos cientos de parados, ágiles y medianamente alimentados, que cumplirían tareas de vigilancia y apoyo como peones de montería. Asimismo, antes de cada tanda de repoblación, convendría realizar una selección previa de los ejemplares más valiosos, pues incluso entre la clase baja hay individuos de poderoso atractivo, que pueden ser utilizados para la expansión sexual de la clase noble e incluso en algunos casos, como el de la realeza, para paliar con sangre plebeya los numerosos trastornos causados por una endogamia secular.
La caza del funcionario promete ser un ejercicio divertido y salutífero. Acostumbrados, por razón de su oficio, a las más sutiles o descaradas variantes de la ocultación y el escaqueo, su persecución resultará sin duda emocionante. Es cierto que muchos de ellos, adoleciendo de un servilismo ya crónico que les ha permitido ascender en el escalafón profesional, correrán a los pies de los cazadores, ansiosos por besarles las botas, lamerles las manos o practicarles una felación, pero el remedio a estas maniobras interesadas es sencillo y no merece mayores explicaciones. En cuanto al problema derivado de la exposición de trofeos, será necesario que la clase noble habilite nuevos pabellones de caza en sus mansiones, pero todos debemos aportar nuestro granito de arena en aras a la prosperidad de la nación.
Qué duda puede caber, en cualquier mente razonable, de que la puesta en marcha de los cotos "funcinegéticos" supondrá un auge espectacular de varias industrias, como la armería, la taxidermia o la peletería. Las sucesivas remesas de funcionarios venatorios irán adelgazando poco a poco los servicios públicos hasta quedar -con la salvedad de las Fuerzas Armadas y los Cuerpos de Seguridad, hoy más necesarios que nunca- reducidos a su mínima expresión, y pocos fines hay tan sublimes como éste, máxime teniendo en cuenta el subsiguiente crecimiento de la empresa privada. Todo son ventajas.
La medida antecedente paliará en buena manera el problema del paro, ya que los cotos generarán directa o indirectamente miles de puestos de trabajo. No obstante, dado que el número de parásitos inscritos en las oficinas de empleo alcanza un número escandaloso, considero que para aproximarnos a unas cifras razonables de desempleo estructural es urgente adoptar otras disposiciones complementarias. Creo que las que a continuación detallo destacan por su pragmatismo, además de marcar un hito histórico en el avance científico.
Como es conocido, la metodología científica, especialmente en el caso de la industria farmacéutica, precisa en su desarrollo empírico la experimentación con animales, como paso previo a la ejecutada con humanos. Humildemente propongo suprimir este contratiempo, muy criticado además desde algunas sensibilidades, y experimentar directamente con parados. El costo de la investigación y la economía de plazos mejorarían sustancialmente. Nuestro gran excedente de desempleados, asimismo, supondría una cantera poco menos que ilimitada de ejemplares y, por ende, una optimización en la fiabilidad de los resultados, ya que cualquier estudio podría realizarse con miles de sujetos.
Otra de las medidas idóneas, según mi parecer, consistiría en escoger a aquellos parados más sanos para su internamiento en "granjas de bienestar", donde serían tratados a cuerpo de rey, cuidando al máximo de su salud a través de una dieta equilibrada, la práctica deportiva y la disciplina de unos hábitos de vida impecables. Los más afortunados, sin duda, serían los grupos familiares, ya que los niños resultan también necesarios en este proyecto, al fin y al cabo destinado a cubrir la demanda de sangre y órganos óptimos de la clase noble, puesto que se han dado situaciones muy penosas al respecto. Porque no podemos consentir que muchas de nuestras eminencias, aquéllos que crean riqueza y que "construyen país", mueran o vean peligrar su salud a causa de la escasez de donantes al tiempo que la chusma prolifera como una plaga.
Una última idea, no menospreciable a mi entender, consistiría en utilizar del mismo modo a los desempleados como blancos humanos en maniobras y prácticas militares o policiales, lo que repercutiría favorablemente en la profesionalización de nuestras Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad, entes públicos que, pese a serlo, en esta situación de crisis no deben reducirse, sino potenciarse en su calidad de instrumentos útiles para el control de los desórdenes causados por la chusma.
Y, finalmente, los pensionistas. ¡Ah, los pensionistas! ¡El colmo de la improductividad, el desecho de los desechos! La universalización de la sanidad, los avances laborales y, en general, la mejora de la calidad de vida proporcionada irracionalmente a la chusma durante los últimos años ha hecho crecer como un tumor gigantesco esa masa social que esquilma los recursos nacionales y amenaza con derrumbar los cimientos del estado de bienestar de la clase noble. Millones de vagos inútiles, cuya existencia resulta absurda y cuyo número es cada día más intolerable. No me refiero, por supuesto, a nuestros queridos mayores de la clase noble, quienes tienen merecida su recompensa después de haber constituido una inagotable fuente de beneficios para nuestra nación, sino a los vejestorios de la chusma, vulgares obreros en su mayoría, a quienes impunemente se ha regalado la pensión, las medicinas y hasta los viajes a Benidorm. Llegados a este punto, sólo cabe una palabra: exterminio. A los efectos no resulta desdeñable el uso de cámaras de gas, método rápido, económico y eficaz. Y no creo, por cierto, que debamos asustarnos por la inmediata asociación de ideas que estas palabras, "cámaras de gas", producen. Todo tiene su lado bueno y, por ejemplo, nadie se escandaliza de que la implantación de la gimnasia en los centros educativos sea herencia del nazismo.
Para acabar, un último apunte. Las medidas antedichas, en su aplicación, ciertamente causarían un gran número de huérfanos. El problema puede convertirse en bienaventuranza a través de una solución sencilla (cuya originalidad, reconozco, no me corresponde), transformándolos en la más refinada de las delicatessen para las cocinas de la clase noble.
¡Viva España!
Pienso en primer lugar que todos nuestros parques naturales deberían ser convertidos en cotos de caza. "Cotos funcinegéticos" quizá fuera aquí una denominación acertada. Obviamente, para auxiliar a la clase noble en sus prácticas de caza lustral, serían necesarios algunos cientos de parados, ágiles y medianamente alimentados, que cumplirían tareas de vigilancia y apoyo como peones de montería. Asimismo, antes de cada tanda de repoblación, convendría realizar una selección previa de los ejemplares más valiosos, pues incluso entre la clase baja hay individuos de poderoso atractivo, que pueden ser utilizados para la expansión sexual de la clase noble e incluso en algunos casos, como el de la realeza, para paliar con sangre plebeya los numerosos trastornos causados por una endogamia secular.
La caza del funcionario promete ser un ejercicio divertido y salutífero. Acostumbrados, por razón de su oficio, a las más sutiles o descaradas variantes de la ocultación y el escaqueo, su persecución resultará sin duda emocionante. Es cierto que muchos de ellos, adoleciendo de un servilismo ya crónico que les ha permitido ascender en el escalafón profesional, correrán a los pies de los cazadores, ansiosos por besarles las botas, lamerles las manos o practicarles una felación, pero el remedio a estas maniobras interesadas es sencillo y no merece mayores explicaciones. En cuanto al problema derivado de la exposición de trofeos, será necesario que la clase noble habilite nuevos pabellones de caza en sus mansiones, pero todos debemos aportar nuestro granito de arena en aras a la prosperidad de la nación.
Qué duda puede caber, en cualquier mente razonable, de que la puesta en marcha de los cotos "funcinegéticos" supondrá un auge espectacular de varias industrias, como la armería, la taxidermia o la peletería. Las sucesivas remesas de funcionarios venatorios irán adelgazando poco a poco los servicios públicos hasta quedar -con la salvedad de las Fuerzas Armadas y los Cuerpos de Seguridad, hoy más necesarios que nunca- reducidos a su mínima expresión, y pocos fines hay tan sublimes como éste, máxime teniendo en cuenta el subsiguiente crecimiento de la empresa privada. Todo son ventajas.
La medida antecedente paliará en buena manera el problema del paro, ya que los cotos generarán directa o indirectamente miles de puestos de trabajo. No obstante, dado que el número de parásitos inscritos en las oficinas de empleo alcanza un número escandaloso, considero que para aproximarnos a unas cifras razonables de desempleo estructural es urgente adoptar otras disposiciones complementarias. Creo que las que a continuación detallo destacan por su pragmatismo, además de marcar un hito histórico en el avance científico.
Como es conocido, la metodología científica, especialmente en el caso de la industria farmacéutica, precisa en su desarrollo empírico la experimentación con animales, como paso previo a la ejecutada con humanos. Humildemente propongo suprimir este contratiempo, muy criticado además desde algunas sensibilidades, y experimentar directamente con parados. El costo de la investigación y la economía de plazos mejorarían sustancialmente. Nuestro gran excedente de desempleados, asimismo, supondría una cantera poco menos que ilimitada de ejemplares y, por ende, una optimización en la fiabilidad de los resultados, ya que cualquier estudio podría realizarse con miles de sujetos.
Otra de las medidas idóneas, según mi parecer, consistiría en escoger a aquellos parados más sanos para su internamiento en "granjas de bienestar", donde serían tratados a cuerpo de rey, cuidando al máximo de su salud a través de una dieta equilibrada, la práctica deportiva y la disciplina de unos hábitos de vida impecables. Los más afortunados, sin duda, serían los grupos familiares, ya que los niños resultan también necesarios en este proyecto, al fin y al cabo destinado a cubrir la demanda de sangre y órganos óptimos de la clase noble, puesto que se han dado situaciones muy penosas al respecto. Porque no podemos consentir que muchas de nuestras eminencias, aquéllos que crean riqueza y que "construyen país", mueran o vean peligrar su salud a causa de la escasez de donantes al tiempo que la chusma prolifera como una plaga.
Una última idea, no menospreciable a mi entender, consistiría en utilizar del mismo modo a los desempleados como blancos humanos en maniobras y prácticas militares o policiales, lo que repercutiría favorablemente en la profesionalización de nuestras Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad, entes públicos que, pese a serlo, en esta situación de crisis no deben reducirse, sino potenciarse en su calidad de instrumentos útiles para el control de los desórdenes causados por la chusma.
Y, finalmente, los pensionistas. ¡Ah, los pensionistas! ¡El colmo de la improductividad, el desecho de los desechos! La universalización de la sanidad, los avances laborales y, en general, la mejora de la calidad de vida proporcionada irracionalmente a la chusma durante los últimos años ha hecho crecer como un tumor gigantesco esa masa social que esquilma los recursos nacionales y amenaza con derrumbar los cimientos del estado de bienestar de la clase noble. Millones de vagos inútiles, cuya existencia resulta absurda y cuyo número es cada día más intolerable. No me refiero, por supuesto, a nuestros queridos mayores de la clase noble, quienes tienen merecida su recompensa después de haber constituido una inagotable fuente de beneficios para nuestra nación, sino a los vejestorios de la chusma, vulgares obreros en su mayoría, a quienes impunemente se ha regalado la pensión, las medicinas y hasta los viajes a Benidorm. Llegados a este punto, sólo cabe una palabra: exterminio. A los efectos no resulta desdeñable el uso de cámaras de gas, método rápido, económico y eficaz. Y no creo, por cierto, que debamos asustarnos por la inmediata asociación de ideas que estas palabras, "cámaras de gas", producen. Todo tiene su lado bueno y, por ejemplo, nadie se escandaliza de que la implantación de la gimnasia en los centros educativos sea herencia del nazismo.
Para acabar, un último apunte. Las medidas antedichas, en su aplicación, ciertamente causarían un gran número de huérfanos. El problema puede convertirse en bienaventuranza a través de una solución sencilla (cuya originalidad, reconozco, no me corresponde), transformándolos en la más refinada de las delicatessen para las cocinas de la clase noble.
¡Viva España!
Gabriel Cusac
2 comentarios:
Apocalíptico panorama tenemos delante, y ya con la foto que ilustra el artículo , me deja el ánimo por los suelos. " El trabajo os hará libres" . Donde debía decir, esclavos. Tremendo.Rai.
Eso quieren, Rai, una "productiva" masa de esclavos. Hay por encima de nosotros toda una trama mafiosa donde se confunden políticos, jueces y millonarios. Y nos están aplastando con su parodia "democrática". A por ellos.
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