28 de octubre de 2012

Datos inéditos sobre el avicornio, pájaro meapilas, por entrevista con el Gran Duque Astarot (y II)





 Avicornio, Sara Garrido


En ese momento, el perrazo levantó la cabeza, olfateó el aire y salió disparado.
-¿Hay bastante materia? -inquirí entonces.
-Poca, pero aprovechable. De todas formas, no te preocupes. Te van a leer cuatro, como siempre. Es lo que os pasa a los  pringaos, machote.
-Ya.
-Seguimos. Por el mil trescientos y pico, el mercedario Serapio Cano,  en su detestable mamotreto Speculum virtutis, habla de una lavandera blanca, o aguzanieves, ribereña del alto Tormes, con anomalía de cuernecillo frontal, revirado a lo tornillo, como signo de identidad. Aquí aparece tu rara avis meapilas. Y lo hace como una especie de telesanto, correo caprichoso entre dos serranos de la parte abulense: san Pedro de Barco y san Pascual de Tormellas. Con cálamo fino del propio pajarito, y como soporte una corteza, una hoja, un canto rodado, un retazo de tela, los bienaventurados se escribían notas, que luego viajaban atadas al asta del avicornio, obrando semejante lacayuelo, río arriba, río abajo, de cartero servicial y gratuito. Así hasta que una fuente manó vino, que era la indicación providencial, o la seña del santo, para que Pedro doblara la servilleta. Una digresión: es curioso que muchos santos, y entre ellos varios de la zona, como fray Jordán de Becedas, rematen sus biografías hermanados de un modo u otro a Baco, por milagro enológico, por prescripción facultativa, o por las dos cosas: In vino veritas. Y sigo. Gorjeó la lavandera hasta Ávila, escolta canora en el traslado del santo fiambre, como dando el réquiem. Son las noticias más tempranas, datadas por la medianía del XII (habla retrospectivo, el fray Serapio). Luego aparece la faceta rompehielos del pájaro, cantada en la copla que recoge el polígrafo Gabriel María Vergara. Ahora disculpa un momento, mi alma; un breve interludio.
Saltó de la cruz Astarot, aterrizando al ralentí y en pose croisé devant, se dio la vuelta, y empezó a llover sobre Candelario. A media meada, por si era poco prodigio, giró la cabeza ciento ochenta grados para mirarme y alzar dos veces las cejas, como diciendo: “Qué figura soy, ¿eh?”. Remató el chaparrón con remate de un pedo a lo tenor gramático. Un círculo de terreno quedó carbonizado a los pies del diablo. Astarot y sus boutades.
-Sigamos, mi querido manchafolios. A fuerza de tantos ocios, el avicornio derivó en acróbata volante, una especie de Juan Salvador Gaviota en versión santurrona, pero asimismo enganchado a barrenas, rizos, toneles, ala caída y demás pavoneos. Pintaba en el cielo estas figuras, y en el hielo otras apologéticas: cruces latinas, griegas, de Caravaca, radiadas, taus, también  lábaros y crismones. Era un artista pío y filigranero, pájaro con vocación de grabador polar más pendiente de las primeras heladas, para lucirse, que del mayo florido. Vivía dichoso, imitando aleluyas en los campanarios, robando panes en las tahonas que luego desmigaba para sus congéneres, exhibiendo sus virguerías por estos serranos lares, y prefigurando día a día la ilusión apoteósica de un nublado, y que se descandaran las nubes como él descandaba los hielos, y que le alcanzara de lleno un haz solar, oyéndose banda sonora de orfeón seráfico, para quedar desde entonces coronado de aureola sacra. Es fácil entender que ya estábamos un poco hartos del bendito pájaro, cansino secular.  Entonces enviamos al dragón.
-¿Al dragón?
-Sí, otro punto para el bestiario paisano. Una criatura bellísima, atenta a los cánones, enorme, lustrosa, impía, hambrienta de pastorcitos, vírgenes y paladines,  un dragón como Lucifer manda. Llegó por los vericuetos soterranos, y se instaló en una cueva al pie de la laguna de Béjar, al acecho, un noviembre de los que el grajo vuela bajo. Por san Gregorio, quién sabe si para cincelar una rosca florida en las ya cerradas aguas, apareció al alba el avicornio, tan galano como siempre, cosiendo en los cielos sus cenefas invisibles, raudo y zigzagueante contra la laguna como un buscapiés vertical. La cueva, un cañón, y nuestro agente, una bala, salió entonces disparado el dragón, a la caza. No tuvo dificultad alguna en freír la presa al vuelo, tan afanado que estaba el avicornio en sus acrobacias, y engullirle acto seguido. Bocatto di cardinale. Eructó nuestro héroe, con llama, y salió de sus fauces un ala chumascada. Aquí llegó el desenlace, y malditas pascuas. Vas servido, triste mortal.
-¿Y el dragón? ¿Qué pasó?
-Esta ya es otra historia, en verdad vomitiva. Nuestro misionero pasó un par de siglos a gusto, zampándose todo lo que se meneaba y cumpliendo honradamente con su oficio, hasta que la burocracia celestial se puso en funcionamiento. Un culebrón execrable con intercesión de la Virgen, arcángel espadachín (cuyo nombre no consta, pero te diré que se trata de san Miguel) y mucho fasto y andamiaje peripatético. Por originales apuntes de bululú, descubrió la historieta un leído vuestro, Gonzalo Santonja. Del dragón quedó recuerdo en el Corpus bejarano, con semblanza en la tarasca que antaño sacaba un concejal delegado, a la cabeza de la procesión. Y c´est fini, mierdógrafo. Ya sabes, siempre a tu disposición.
El perro innombrable volvió con un jabato muerto entre sus fauces.
Gabriel Cusac

2 comentarios:

juan de la cruz471 dijo...

En su día escuché por la radio local el lanzamiento de guante a los escritores bejaranos para que escribieran sobre este orillado personaje fantástio. Conociendo, ahora creo que los convocantes pensaban mayormente en excitarte a ti, y vaya si lo consiguieron.
Sucedió lo mismo en el siglo XIX cuando un editor de música austriaco, Antón Diabelli, propuso a una serie de compositores una variación sobre un vals de su composición. Todos participaron a su tiempo, pero el bestia de Beetoven, aunque las presentó fuera de plazo, hizo 32. Las Variaciones Diabelli.

Gabriel Cusac dijo...

No te escucho bien, desde el altar...ja ja.