En junio del presente año nació la biblioteca digital Alquitara Ediciones, por iniciativa de los hermanos Javier y José Antonio Sánchez Paso. El segundo fue autor del descubrimiento bibliográfico del avicornio, pájaro mítico de la Sierra de Béjar que planea en una copla popular recogida, hace casi un siglo, por el polígrafo Gabriel María Vergara Martín. Este plumífero ignoto ha sido causa de una magnífica inquisición, muy docta en bestiarios, de J.A. Sánchez Paso, y de una colecta especulativa a cargo de varios escritores y artistas donde tuve el honor de participar. Tales aportaciones inauguraron felizmente Alquitara Ediciones.
Copio aquí mi colaboración, por el mero interés personal de aglutinar mi obra dispersa, y aprovecho para remitir al lector curioso a visitar la nueva nave editorial. El embarque es libre y gratuito.
Datos inéditos sobre el avicornio, pájaro
meapilas, por entrevista con el Gran Duque Astarot
Él sabe, sin embargo, cómo aprovechan de Él las demás criaturas la
existencia y la verdad, y cuanta existencia, verdad y unidad ha captado cada
una de ellas, y cómo se aprovechan de Él las demás causas causantes. Sabe
también los rangos de todas las criaturas, que las hay primero, las hay en
medio y las hay a lo último. Las últimas tienen causas pero no son causas de
nada bajo ella; las medianas tienen causa anterior y son causas de cosas bajo
ellas y las primeras son causa de lo que está bajo ellas pero no tienen causa
por encima.
Seudo Abul Casim Maslama Ben Ahamad, El fin del
sabio y el mejor de los dos medios para avanzar
En suma, si bien es verdad que al final de este libro se verá por qué
suceden esas cosas y cuáles son sus causas y se sabrá que han sucedido con
razón, las cosas sobre las que escribo serán tomadas, sin embargo, por
innecesarias, y por absurdo el hablar de ellas.
Theophrastus Bombast von Hohenheim, Liber des nymphis,
sylphis, pygmaeis et de caeteris spiritibus
La noche no era oscura ni tormentosa.
Se presentó en el crucero cabalgando el
perro más horrible del mundo, o del inframundo: una bestia negra, verrugosa y
gigantesca, cruce insospechado entre mastín napolitano, salamanquesa y
trampantojo de Archimboldo. Deformis
canis como acémila incongruente para un petimetre con traje de trama Gürtel, jovencito, de pelo
engominado, aspecto ambiguo y gesto arrogante. Entendí entonces por qué no hubo
tempestad escénica, con derroche de aparato eléctrico, truenos de universo roto
y cortinas de agua, como resulta común en el conjuro de campaña: esta vez el
diablo no quería estropearse el traje ni el peinado. Descabalgó con mucha
parsimonia, escupió de lado, chulesco, y súbitamente, de un gran salto a lo Matrix, se plantó en lo alto de la cruz
principal, asentando las posaderas en lo alto del stipes y pisando los brazos del patibulum
con sus zapatos lustrosos. Me clavó sus pupilas amarillas, como calculando mi
reacción. Ni me inmuté; por tratos anteriores, ya estaba acostumbrado a sus golpes
de efecto; de todos los caídos, quizá
Astarot sea el más histriónico, quizá también el más acostumbrado a humillar a
su interlocutor: claros síntomas del complejo de inferioridad (pero, mientras que a un psicólogo se le puede
mandar tranquilamente al diablo, cualquiera hace lo contrario). El perro
informe, después de orinar caudalosamente sobre una de las cruces menores, se
tumbó como derrengado. Cerré sobre el altarcillo de piedra mi inseparable
grimorio, y repetí algunos de los tratamientos ya dichos en el conjuro clavicular
para dirigirme a Astarot; nunca está de más dorar la píldora en estos casos.
-¡Oh, Gran Duque
de los Abismos, Numen Supremo de las Artes Liberales, Mi Amo y Señor!
-¡Ahí, ahí! -me
espetó, coñón.
-¡Yo te saludo!
-Hola, chato.
Astarot es
insoportable.
-De nuevo, busco
tu sabiduría, oh, Excelentísimo.
-¡Qué categoría!
Como el ayuntamiento de tu pueblo, ¿eh?
Sonrió de oreja
a oreja, lo que verdaderamente resulta horripilante cuando no se trata de una
hipérbole. La calabaza de Halloween: otro de sus efectos especiales. Acto seguido, sacó un peine del bolsillo de la
americana. Antes de surcar los campos de gomina, señaló un anagrama del peine.
-Sofitel, New
York. Allí paramos mucho los tíos con clase. En cambio tú, machote, pareces el
rey de las pensiones baratas. ¿No has pensado, por un casual, escribir algo así
como la Guía del
viajero pelagatos?
Qué cabrón, pero
qué cabrón. No obstante, debía tragarme los sapos. Y ya empezaba con otro
“¡oh!” encomiástico, cuando me cortó las intenciones con un expeditivo gesto de
guardia urbano: stop.
-Vale, vale,
majete. Suéltate ya.
-Es para un
cuento. Necesito datos sobre un pájaro raro, el avicornio.
-¿Money?
-Nada.
-Ah, fabuloso.
Vanidad, sólo vanidad. Los escritores y los artistas de medio pelo sois un
filón. Y mi especialidad, ya lo sabes.
-Sí, Mi Amo.
-Ja, ja…Arrastraos, encima. La sal de la tierra.
Claro, que si yo te contara de las firmas de primera… ¡Qué nómina, amigo! De
cada cien, noventa y nueve atragantados de semen negro. Chusma bastarda. Grita
“Sic transit gloria mundi”, por
favor.
-¡Sic transit gloria mundi!
La carcajada
estentórea del diablo vacilón se multiplicó entre los pinos. Estaba disfrutando
a lo grande, en su línea habitual de regodeo y humillación, sacando el máximo
partido a su satánica preeminencia. Como siempre, en definitiva; recuerdo que
en la consulta anterior tuve que bailar el
aserejé en pelotas. La risotada terrible duraría un par de minutos; luego,
Astarot consultó su Patek Philippe de
diamantes.
-Bueno,
escritorzuelo, hoy tengo un poco de prisa. He quedado con Belcebú el mosqueado para un congreso
internacional de sindicalistas. En Ibiza. Me espera una fiestón que ríete tú de
las orgías de Calígula; estos obreritos pillastres, más untados que las brujas del Arenal hispalense y reconvertidos de la
noche a la mañana en prósperos altoburgueses, son el colmo del desparrame y la
degeneración. Así es que vamos al grano. Puedes empezar el bodrio hablando de
la querencia cristiana por transformar a todo bicho viviente, salvo honrosas
excepciones, en emblema piadoso. Algún tratadista llegó a catalogar al gusano
como símbolo de humildad. En el caso de los plumíferos, ya sabes: la paloma de
la paz y del Espíritu Santo (aunque en los pueblos llamen a las palomas las
ratas del aire); el pelícano que se picotea el pecho para que sus hijos beban
la sangre (tal cuenta esa fábrica de tochos llamada san Isidoro de Sevilla),
abracadabrante ficción de algún fraile alucinado; la cigüeña, por monógama y
comedora de serpientes (la serpiente es de nuestro bando desde el Génesis); la
golondrina, depiladora de espinas; el ave fénix, o la resurrección; el águila,
o Cristo… Sólo algunos carroñeros escapan de esta taxonomía sacra que, sin
embargo, en buena parte queda invalidada en Levítico, donde hay rol de pájaros
impuros. Estos cristianos y sus multíparas contradicciones. Luego están los
casos puntuales, como el Txori de Puente la Reina, o este avicornio que me preguntas.
(Continuará)
Gabriel Cusac
Gabriel Cusac
2 comentarios:
esperaremos...
¡Voy!
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