Hace muchos años, en la magnífica novela de Hope Hodgson La casa del confín de la Tierra, hallé la descripción de una imagen impactante. Tras el apocalipsis universal, flotan en el espacio unos anónimos orbes luminosos. Estas esferas encierran rostros, rostros ciegos y contraídos de dolor que en su errancia sin sentido me siguen pareciendo la más terrible metáfora de la soledad y el sufrimiento. Lovecraft, ese infame que nunca reconocería el magisterio de Hodgson, copió la idea en El intruso.
Nadie querría habitar los orbes errantes, esas cápsulas de aflicción. Sin embargo, muchas veces, con una recurrencia significativa, y casi visualmente, yo también me imagino encerrado en una burbuja aérea. Pero la estampa es feliz. En la burbuja no estoy solo. Estáis vosotros, mi familia, y todos nos fundimos y nos confudimos en una única forma, como en algunos cuadros de Gustav Klimt. Y viajamos por el espacio, protegidos por nuestra burbuja, inmunes al acoso de un mundo brutal, ajenos al dolor, a las obligaciones, a la maldad. Pienso ahora en ti, Dani. Firmarías ahora mismo. Qué chollo: sin escuela, sin deberes. También pienso en ti, Lucía, preguntando: "¿Y estaría el gato?". Sí, también, vamos a meter a Chispa, ronroneando y mordiéndonos los dedos. En nuestra burbuja viajera, recorreríamos los bosques y el curso de los ríos, subiríamos a las montañas, bajaríamos a los pueblos y a las ciudades, atravesaríamos la lluvia y las nubes, aprenderíamos el mapa de las estrellas. Vagabundos en nuestra burbuja irrompible, sin horarios ni compromisos, sin sufrimiento, entrelazados en un abrazo íntimo y perpetuo, también irrompible.
Me gusta el sueño de la burbuja feliz. Pero la realidad es dura. Los hombres han conseguido innmensos logros en su guerra contras las distancias. Un avión puede llegar a las antípodas en unas horas, la conquista espacial abre cada día nuevas fronteras, los caminos del mundo han encogido extraordinariamente gracias a los medios que hoy pone a nuestra disposición la tecnología. Los hombres deben felicitarse por haber reducido de forma espectacular las distancias. Sin embargo hay una que permanece inmutable, desde siempre: la que media entre sus corazones. Gana en el mundo la maldad, y la vida es lucha.
En esta lucha, el amor es nuestro arma más poderosa. Os quiero.
Gabriel Cusac
Gabriel Cusac
1 comentario:
y nosotros a tí
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