Gracias a Luis Felipe Comendador, y a través del sello lf ediciones, los Cuentos desquiciados iniciaron su camino de papel en marzo de 2004. Hoy, nueve años más tarde, Mercedes Riba inaugura su editorial digital con este título, circunstancia que me honra y que, además, considero causa más probable del fenómeno metafísico que últimamente acontece a mi paso: el estrechamiento de los pasillos.
Debo advertir o incitar. Estos relatos carecen de pudor. Tampoco se distinguen por sus delicados visos impresionistas. Todo lo contrario; muy a propósito, rebosan del exabrupto y de la apostasía, del grotesco y de la deformidad, del chirrido escatológico. Musas bacantes los inspiran. Como inspiraron otras letras iconoclastas: las de Luciano de Samósata, Swift, Rabelais, Sade, Apollinaire, Quevedo... Gigantes, monstruos sublimes a quienes no oso compararme, pero que campearon en las mismas lides donde deben ubicarse los Cuentos desquiciados: la sátira. Que es decir el purgante, la oración inversa o la búsqueda de la ejemplaridad por terapia de choque, aunque el primer síntoma sea la sonrisa sutil, la risa abierta o la carcajada brusca. Para el lector amigo, claro. El lector enemigo, que chinche y rabie. Y aquí paz y después gloria.
Por último, declaro obligada pleitesía a dos grandes solucionadores. Pepe Muñoz, burlando de nuevo a Saturno, consiguió encontrar un hueco para regalarme el prólogo. Eloy Díaz, pertrechado con su bastimento fotográfico, me acompañó hasta cierta capilla infernal para que un alma réproba protagonizase la portada. Con todo lo que debo a ambos, me río yo del déficit público español.
Nada más. Los Cuentos desquiciados, en http://mercedesribaebooks.com/ediciones/
Por Gabriel Cusac
Por Gabriel Cusac
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