Un nuevo paso en la campaña “Salvemos
a los condenados de Talaván”
Fotografía de Eloy Diaz Redondo |
Plumíferos, grotescos, encantadoramente horribles, los condenados de Talaván (Cáceres) llevan
camino de cuatro siglos manteniendo su vuelo estático y circular sobre la
cúpula de la capilla de la Ermita del Santo Cristo. Una escuadrilla maldita:
desde la especulación, les catalogamos como réprobos, interpretando varias metáforas
visuales. Porque suponemos que las alas nos indican su condición de almas. Suponemos
que su expresión terrorífica, de dientes vampíricos y mueca descompuesta, es un
clamor sobre el destino que les aguarda: el Infierno. Y suponemos que el
extraño atuendo que cubre sus cabezas, ese gorrito con borla marcado en grana,
hace referencia a algún tipo de coroza inquisitorial. Debajo de ellos,
remitiéndonos al libro de Isaías, un friso caligrafiado en latín apoya estas
conjeturas, porque parece reprocharles su desprecio al sacrificio de Cristo:
“Fue ofrecido porque Él lo quiso. Y Él cargó con nuestros pecados”. En la misma
inscripción figura la data: 15 de marzo de 1628.
De entre todos los esgrafiados, geométricos y figurativos, de
la Ermita del Santo Cristo, los réprobos
o condenados -21 originalmente,
aunque uno de ellos ya ha sido borrado por la humedad- forman el conjunto más
espectacular. Pero no el más enigmático. En las enjutas del lado norte del arco
diafragma, alojados en sendos medallones, dos bustos nos plantean más
interrogantes. Uno, femenino y especialmente sobrecogedor, nos muestra a una
mujer con toca; el otro se corresponde al llamado hombre gato, raro personaje de bigotes felinos, con alzacuello y
una especie de sombrero hongo. Ambos visten prendas con decoración de espiga y
botonadura. Nada sabemos de su identidad.
La verdadera condena de los réprobos y del resto de esgrafiados de la ermita se explicita en los
propios muros, de ya humilde fábrica: argamasa, pizarra y ladrillo. La pareja
de los medallones está al descubierto, indefensa ante el ataque de los agentes
atmosféricos, y la cúpula de la capilla, obscenamente agrietada, con la lepra
de verdín desintegrando poco a poco a los réprobos,
parece sostenerse de milagro. Hablamos de una ruina.
A principios de año se inició la campaña “Salvemos a los
condenados de Talaván”, con una notable trascendencia mediática. Al poco
tiempo, el Centro de Estudios Bejaranos (CEB) tomó las riendas de esta causa,
incluyendo la Ermita del Santo Cristo en la Lista Roja del Patrimonio de Hispania
Nostra y dirigiéndose a varias instituciones culturales extremeñas
alertando de la posible desaparición de esta singularísima joya artística. Uno
de los miembros del CEB, Roberto Domínguez Blanca, Historiador del Arte por la
USAL, elaboró un valioso informe al respecto que se hizo llegar, entre otras
instancias, a la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de
Extremadura. El Ayuntamiento de Talaván, propietario del Cementerio Viejo,
donde se enclava la ermita, ha ejecutado tareas de limpieza, tala y desbroce de
la finca, adecentando lo que era un auténtico vertedero. Y, lo que quizá sea
más importante, los propios talavaniegos han tomado conciencia del valor de la
Ermita del Santo Cristo.
Sin embargo, las autoridades patrimoniales extremeñas –desde ese
plus ultra, esa invisibilidad, ese
limbo extraterrestre que con frecuencia aloja al poder, a los poderes- no se
deciden a actuar, a pesar de que Mª del Pilar Merino, la máxima responsable en estos
asuntos, prometió “una visita técnica para estudiar los problemas y plantear
las posibles acciones”. Esto pasó a principios de abril. Hoy, no tenemos
constancia de que tal “visita técnica” se haya producido. O, si así ha
ocurrido, qué acciones se han planteado. No sabemos si es que las cosas de
palacio van despacio, o si doña Mª del Pilar Merino ha optado por el laissez passer. En realidad, desde sus
prometedoras palabras, no hemos vuelto a saber nada.
La campaña “Salvemos a los condenados de Talaván” acomete un
nuevo paso, a través de la plataforma digital Change.org. Porque la defensa del Patrimonio define la cultura de
un país. Porque los esgrafiados de la Ermita del Santo Cristo carecen de
cualquier referente iconográfico similar. Porque son únicos. Porque nosotros y
las generaciones venideras tenemos derecho a estremecernos bajo el aquelarre de
los réprobos. Amigo lector: firma,
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Gabriel Cusac Sánchez
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