No conozco personalmente a Samuel Rodríguez. Pero hace unos dos años comencé a seguir su blog, que no deja de ser una excelente guía, rigurosa y a la vez amena, para recorrer el patrimonio extremeño:
Inequívocamente, la bitácora Caminos de Cultura certifica de su autor la pasión y el conocimiento sobre el acervo patrimonial de la tierra que pisa y que siente. Por eso consideré a Samuel, en definitiva, un buen candidato para iniciar el tramo extremeño de la cadena en defensa de la Ermita del Santo Cristo de Talaván. Pero, con sinceridad: no esperaba una respuesta tan apabullante. Qué bárbaro, amigo. Qué inicio. Nuestros queridos réprobos aletean en tu honor.
Samuel, que se desplazó ex profeso a Talaván para forjar el primer eslabón extremeño, nos proporciona satisfactoriamente el necesario marco histórico de la ermita talavaniega, aporta datos inéditos y ofrece una coherente interpretación de los enigmáticos esgrafiados. Su visión es meticulosa, científica, poco menos que exhaustiva. Chapeau, Samuel.
Aunque antes de presentar en este espacio la visita... perdón, la inspección que, lupa en mano, realiza Samuel Rodríguez a la Ermita del Santo Cristo, quiero hablar de un problema. De un bendito problema de abundancia. Espontáneamente, se suman voluntarios a la campaña. Algunos son también blogueros (Documentos Béjar; Todo lo que tiene nombre, existe); otros, no. Pero todos -y esto es fabuloso- quieren tributar su óbolo. Solución: esta bitácora dará cabida a sus colaboraciones, lo que no impide que la cadena siga su curso. Carmen Cascón, desde Béjar, debe pasar el testigo; al igual que Samuel Rodríguez desde Extremadura. Es el método útil, práctico, de asegurar una continuidad. Sin embargo, esto no significa el menosprecio a ningún aporte. Todos sumamos. No gobierna esta lucha un estandarte elitista; aquí no hay galones. Simplemente estamos unidos en la defensa de la Ermita del Santo Cristo de Talaván; su rehabilitación será nuestra victoria. Y, por fortuna, nada impide el engarce de infinitos eslabones. Bienvenido sea cualquiera que desee participar.
Y, ahora sí, damos paso a la entrada de Samuel Rodríguez Carrero. O la excelencia.
Colaboraciones de Extremadura, caminos de cultura: Salvemos la Ermita del Santo Cristo de Talaván
15 de marzo de 1.628. Como si de una placa inaugural se tratase, así
figura esta fecha, incluida y formando parte del conjunto de esgrafiados
a los que pretende datar. Una fecha que nos remonta a casi cuatro
siglos atrás, en plena dinastía de los Austria, reinado de Felipe IV,
años de Barroco temprano y de un Siglo de Oro español donde el arte en
todas sus manifestaciones florecía por todos los rincones del país, y
que no quiso pasar de largo frente a la villa de Talaván, haciendo de
ella depositaria de un legado artístico único, recogido bajo la cúpula y
sobre las paredes de la Ermita del Santo Cristo de Talaván, formando un
complejo conjunto iconográfico a base de esgrafiados de gran riqueza
temática y donde unos personajes muy particulares, conocidos
popularmente y en la actualidad como "ángeles malos" o "réprobos", han
protagonizado una serie de pesquisas en cuanto a su origen y
representación a la que se ha unido, afortunadamente, la preocupación
por el estado de abandono y ruina del lugar, que hace peligrar no sólo
el legado pictórico que allí permanece, sino la integridad de todo el
monumento en sí.
El ilustre gaditano afincado en Béjar (Salamanca) Gabriel Cusac Sánchez, junto al Centro de Estudios Bejaranos
(CEB) y otros autores y estudiosos vecinos y amigos de éste, lanzan una
campaña en 2.013 en pro del estudio y conservación del templo
talavaniego denominada "Salvemos a los condenados de Talaván". Un
año después, pese al éxito de la iniciativa y la promoción televisiva,
radiofónica, periodística y particular del monumento y de sus
esgrafiados, las autoridades sobre las que recae la principal
responsabilidad en cuanto a la recuperación de esta pieza perteneciente
al patrimonio histórico-artístico extremeño, y por ende parte del legado
cultural español y mundial, hacen caso omiso. Ante tal situación,
Gabriel Cusac da un paso más y decide inaugurar la que él ha denominado
como "la cadena". Hablaríamos de una divulgación y promoción del antiguo
templo y su extraordinaria decoración basada en una concatenación de
una serie de escritos, trabajos literarios o artísticos de diversa
índole enfocados sobre la ermita y sus esgrafiados y dedicados a este
edificio del siglo XVII. El primer eslabón de la cadena sería
proporcionado por el propio Gabriel, a través de su "Leyenda de los
réprobos de Talaván". De la misma partirían dos ramas: una bejarana, y
otra extremeña. Carmen Cascón Matas ha permitido la inauguración
del tramo salmantino gracias a su relato "Levanté el rostro hacia el
cielo". Para el tramo extremeño, Gabriel Cusac ha querido contar
conmigo. Honrado con ello y encantado con la idea, he aceptado la
proposición. Es así como Extremadura: caminos de cultura se suma a
la promoción, divulgación, estudio y, con todo ello, empeño en la
salvación no sólo de los "condenados" de Talaván, sino de todo un
monumento ejemplar enclavado en uno de los rincones de nuestra región,
que no por estar olvidado por las autoridades o alejado de las rutas
turísticas carece de interés histórico o artístico. Una pieza más que
forma parte del legado cultural que los extremeños actuales hemos
recibido de nuestros ascendientes. Una joya que demuestra y confirma la
riqueza patrimonial con que cuenta Extremadura lejos de, como ya
indicaba en pleno siglo XVIII el erudito Antonio Ponz, la creencia de que "hay allí muy poco que observar en obras de buen gusto, suponiendo que toda ella está destinada a dehesas, cotos y rebaños".
En definitiva, un tesoro con el que el caminante que quiera hacer
camino en Extremadura se puede topar, encontrando en ella un retazo de
nuestra historia, de nuestro arte, de nuestra cultura y, por tanto, de
nosotros mismos. Salvemos la Ermita del Santo Cristo de Talaván.
- Enlaces:
1) Gabriel Cusac: La cadena: porque no quiero escuchar un réquiem por los réprobos de Talaván.
2) Gabriel Cusac: La leyenda de los réprobos de Talaván.
3) Carmen Cascón Matas: Levanté el rostro hacia el cielo.
Arriba y abajo: levantada humildemente sobre mampostería de piedra y
pizarra, con añadiduras de ladrillo, las ruinas de la Ermita del Santo
Cristo de Talaván conservan las dos portadas que permitían el acceso al
interior de la misma, abierta la principal, hoy cegada, sobre arco de
ladrillo en el muro del evangelio (imagen superior), contando con una segunda puerta de arco pétreo a los pies del templo (imagen inferior),
reutilizada como conexión posterior entre éste y el cementerio del
siglo XIX que quiso ubicarse sobre este enclave, cuya entrada al
camposanto, también cegada en la actualidad, persiste junto a los pies
del monumento (imagen superior).
Ermita del Santo Cristo de Talaván
Fue el 15 de marzo de 1.628 la fecha de la que se quiso dejar constancia
en la propia decoración de la Ermita del Santo Cristo de Talaván, como
datación de la misma y recuerdo para la posteridad de un tiempo de
prosperidad vivido en la villa talavaniega durante las últimas décadas
del siglo XVI y primer tercio del siglo XVII que permitió, además del
auge económico de la misma a un nivel más allá del municipal, la
creación de algunas de las obras de arte de mayor calidad con que se
dotó al municipio. Además de las aportaciones obtenidas en base a la
agricultura y la ganadería, a las que se sumarían los ingresos
procedentes de molinos y batanes, se concedió en 1.608 la explotación de
una mina de galena o sulfuro de plomo, más conocida como mina de
alcohol, en las cercanías de la población. Sin embargo una de las
mayores fuentes de ingresos venía propiciada por el trascurrir a través
de la localidad de la denominada Vereda Real de Castilla, sustituta de
la antigua Vía de la Plata que, potenciada tras la construcción en 1.554
de los denominados como Puentes de Don Francisco, en la confluencia de
los ríos Tamuja y Almonte, fomentando así la comunicación entre Cáceres y
Plasencia, en el caso de Talaván posibilitaba no sólo el comercio y el
mercado de sus productos con otros puntos regionales y peninsulares,
sino que además favorecía la existencia tanto de un puerto fluvial, en
el margen izquierdo del cercano río Tajo, como de un embarcadero del que
partían las conocidas como barcas de Talaván, permitiendo el paso de
personas y mercancías a la orilla contraria a través de un sistema de
barcas y poleas, tras haber sido semidestruido en época medieval el
Puente romano de Alconétar y no haberse llevado a cabo, a pesar de los
intentos, una restauración adecuada del mismo que sobreviviese a las
riadas y crecidas del cauce del río.
Arriba: diseñada sobre una sencilla nave de dos tramos, a la que se
une el presbiterio en su cabecera, dos grandes arcos de medio punto
utilizados como arcos diafragma en pro de marcar la separación entre
tramos así como entre nave y altar mayor, aún subsisten en el interior
de la Ermita del Santo Cristo sin que queden restos, por el contrario,
de la techumbre a dos aguas que pudo antaño cubrir el recinto sagrado,
de manera similar al cerramiento que sí se conserva en la cercana
parroquia talavaniega, de reminiscencias mudéjares.
Junto a la prosperidad económica del municipio, hay que tener en cuenta
el gusto por la cultura y las artes del que fuese VIII Conde y V Duque
de Benavente, D. Juan Alonso Pimentel de Herrera. Había éste heredado
tal titulación vía paterna tras la muerte de su primogénito hermano,
obteniendo así la presidencia de la Casa de Benavente la cual, desde
finales del siglo XV, poseía el Señorío de Talaván, fundado en 1.458 por
el propio rey Enrique IV de Castilla como solución final a las disputas
que sobre la demarcación talavaniega se llevaban a cabo tras haber
pertenecido la misma inicialmente y tras la Reconquista a la Orden del
Temple, y tras la disolución de ésta a la Orden Militar de Alcántara.
Ejerció D. Juan Pimentel como señor de la villa desde su proclamación
como cabeza de la Casa de Benavente en 1.576, hasta su fallecimiento en
1.621. Al gusto de éste por el arte se sumarían de igual manera las
inquietudes culturales y artísticas de varios de los obispos con que
contó la Diócesis de Plasencia durante la segunda mitad del siglo XVI y
primeras décadas del XVII. Gutierre de Vargas Carvajal, Pedro Ponce de
León o Sancho Dávila Toledo entre otros, favorecieron el gusto por las
artes a lo largo y ancho de una demarcación episcopal en la que Talaván
se veía incluida. Es así como, bien bajo el mecenazgo obispal o bajo
encargo señorial, diversos artistas acuden a ésta y otras zonas de la
provincia, fundándose además talleres y escuelas de autores locales,
firrmándose la creación o mejora de obras arquitectónicas y bienes
muebles en numerosos rincones de la misma, entre las que se encontraría
la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, en Talaván,
iniciada a finales del siglo XV y finalizada a lo largo del XVI en cuyo
interior destacarían el coro, fechado en 1.588, o el desaparecido
retablo mayor, labrado en semejante época de auge tanto económico como
artístico-cultural. Unas décadas después se iniciarían las obras de la
Ermita del Cristo del Egido, más popularmente conocida como del Santo
Cristo.
Arriba: estuvo toda la fábrica del templo talavaniego cubierta
inicialmente, tanto en el exterior como en el interior del mismo, de
estucado esgrafiado que presentaba, una vez dentro del edificio, un
conjunto iconográfico inigualable orientado, en un monumento cuya
advocación era el propio Crucificado, a la identificación de Jesús con
el Mesías a través de la muerte en la cruz del mismo, siguiendo una
serie de pinturas nada más acceder al edificio por la portada abierta a
sus pies sobre la cual, desgraciadamente, aparecían una serie de
esgrafiados de los que apenas quedan restos, destinada la parte baja de
los muros a una composición de celdillas huecas, muy propia del
esgrafiado cacereño (imagen inferior)
Sin apenas documentación contemporánea al monumento talavaniego conocida
hasta ahora, todo parece indicar que se quiso erigir este templo
católico con el fin de acoger una talla basada en la imagen de Cristo
Crucificado que, al parecer, pudiera ser la que hoy en día puede aún
apreciarse colgada junto al altar mayor y cabecero parroquial, bajo el
título de Cristo de la Buena Muerte y estilo barroco castellano,
intentando cubrir los lienzos murales de esta iglesia, desprovistos del
retablo inicial que ocupaba este espacio sacro, tras la venta del mismo,
así como la desaparición del retablo neogótico que lo sustituyó durante
varias décadas del siglo XX, igualmente enajenado. Sí se da a conocer
el estado de ruina de este edificio en un documento público datado en
1.790, donde se menciona además como particularidad el hecho de ser
utilizado el mismo como punto de reunión de los componentes del concejo
de la localidad, dominada por entonces por la Casa Ducal de Osuna, tras
haberse fundido ésta con la de Benavente en 1.771. La relación de la
ermita con el concejo se vio incrementada con el paso del tiempo al
pasar el monumento a manos de éste, cuya propiedad aún mantiene,
posiblemente favorecido tanto por la abolición de los regímenes
señoriales, en 1.837, como por las medidas de desamortización ejecutadas
durante el siglo XIX, propiciando este hecho la expropiación y venta de
un sinfín de propiedades eclesiásticas por todos los rincones del país y
que, en el caso de Talaván, seguramente favoreció la adquisición del
edificio por parte del Ayuntamiento, decidiendo éste utilizar tanto sus
contornos como parte de sus dependencias como cementerio municipal. Es
así como se transforma uno de los dos tramos con que cuenta la ermita,
el más cercano a los pies de la misma, en cripta, unida ésta con el
resto del camposanto a través de la portada occidental abierta en esta
zona del edificio. El tramo medio, así como el presbiterio, se
mantendrían al parecer como oratorio o capilla del lugar. Como
necrópolis talavaniega se mantuvo hasta la inauguración del actual
camposanto local en 1.928, quedando entonces, y hasta ahora, la ermita
en completo desuso, abandono y ruina.
Arriba: cubre la parte alta del interior de todos los muros de la
capilla talavaniega, incluido los del presbiterio, una serie de
medallones sujetos por portadores de naturaleza fantástica e híbrida, de
torso humano alado y cola vegetal, pudiendo aún contemplarse, del total
con que inicialmente contó la ermita, doce medallas, tres de ellas en
el lado del evangelio del tramo inicial del edificio, junto a otra
seguida de éstas y cercana al arco diafragmático que marca esta primera
separación interna del inmueble.
Abajo: no han llegado a nuestros días los motivos reflejados en el
interior de los tres medallones conservados sobre el muro del evangelio
del tramo primero de la Ermita del Santo Cristo, si bien, tomando como
referencia la iconografía preservada en las medallas del presbiterio
relacionadas con la Pasión de Cristo, así como la advocación del lugar y
la imagen titular del mismo, sin olvidar las doctrinas de la
Contrarreforma católica, posiblemente los mismos estaban destinados,
como aún se puede observar en los templos católicos de la actualidad,
para acoger las estaciones del Vía Crucis, así como personajes
relacionados con la Pasión y últimos momentos de la vida de Jesús.
Arriba: un personaje masculino, resumido en el torso del mismo, al
que algunos autores han querido tocar con sombrero hongo o bombín, así
como visualizar en él rasgos felinos, podría por el contrario lucir
desde un cuarto medallón situado junto al arco diafragmático central,
bigote retorcido y perilla estando cubierto, por otro lado, con morrión o
casco castellano, moda contemporánea a la obra bajo la cual pudiera
haber querido presentar el autor. al igual que hiciese Diego Velázquez
con su Marte, un personaje romano militar relacionado con la tortura y
muerte de Jesús.
Abajo: detalle del conjunto de casetones o red de celdillas
cuadriculadas que ornamenta la parte baja del muro del evangelio en su
tramo inicial, similar a la encontrada a los pies del monumento
talavaniego.
La Ermita del Santo Cristo de Talaván, integrada bajo las directrices
del Barroco y fabricada de manera humilde y tradicional con mampostería
de piedra y pizarra, tal y como correspondería a un enclave donde, a
pesar de la prosperidad económica del momento en el municipio, no se
mantendrían haciendas excesivamente boyantes en la misma, se diseñó de
una sola nave
dividada en dos tramos, a los que se uniría el cabecero o presbiterio
del
templo, de planta tendente al hexágono irregular, conectado a su vez
con la sacristía del lugar, posiblemente añadida años después y una vez
levantada la capilla. Dos amplios arcos de medio punto, utilizados como
arcos diafragma o diafragmáticos, prestarían su uso no sólo como líneas
de separación entre presbiterio y tramo medio, así como entre ambos
tramos entre sí, sino también como sujección de la cubierta del lugar,
con techumbre desaparecida a dos aguas sobre los dos tramos de la nave, y
sencilla cúpula semiesférica irregular, o según algunos autores bóveda
vaída o de pañuelo, apoyada sobre escuetas pechinas y el propio arco
diafragma en sí, que se convierte de esta manera también en arco toral.
Varias pechinas son las que, igualmente y por su parte, sostenían la
bóveda de arista que cubría antaño la sacristía, construida junto al
muro del evangelio y abierta al altar mayor. Un remate piramidal o pico
macizo elaborado a base de ladrillo corona aún hoy en día la cúpula
principal de este recinto sagrado, compartiendo con ésta su fábrica
enladrillada. Esta solución arquitectónica basada en el uso del
ladrillo, tanto en este espacio del edificio como en diversos tramos de
muros y formación de los arcos, podría responder no sólo a la tradición
constructiva del lugar y de muchos puntos de nuestra región, así como a
la tradición barroca por la cual este material nutre los edificios de
manera más económica que la piedra labrada, sino también a una posible
influencia mudéjar en los arquitectos y albañiles de la zona, muy
notable en la contigua Iglesia parroquial que sigue presentando todavía,
en el interior del templo, la cubierta elaborada en madera de par e
hilera fechada a finales del siglo XVI, directamente relacionada con los
artesonados mudéjares. Pudo esta misma techumbre repetirse como
cubierta de la ermita talavaniega, lo que pudiera hacernos pensar que,
si bien ya se había consumado en los años de construcción de la ermita
la expulsión de los moriscos a nivel generalizado, o disgregación
encubierta de los mismos por muchas zonas rurales castellanas, éstos
podían haberse contado como vecinos de la villa herederos de aquellos
andalusíes que un día poblaron la cercana Alconétar, o incluso haberse
elaborado la misma varias décadas antes de la propia ornamentación en
sí, durante los mismos años de ampliación y cubrimiento de la cercana
parroquia del lugar.
Arriba: vista general del tramo medio de la Ermita del Santo Cristo de Talaván, cuyos muros, desconchado el estucado original en varios puntos de esta zona de la nave, cubierto por el contrario con cal en otros rincones del tramo, apenas logran mostrar los restos de esgrafiado con que un día contaron sus paredes, exceptuándose de tal pérdida la porción mantenida entre el arco diafragmático central y el muro lateral del evangelio.
Abajo: vista, desde el interior del inmueble, de la puerta de acceso al mismo, tapiada en la actualidad, abierta en su tramo medio y lado del evangelio del mismo.
Arriba: siguiendo el mismo diseño de la cenefa encontrada en el tramo
inicial de la ermita, y antecedido de un brazo que, señalando hacia el
mismo parece indicar la continuación de la serie de medallones, un nuevo
globo o medalla figura en el tramo medio junto al arco diafragma que
separa ambas secciones del edificio, apareciendo encerrado en él un
personaje, esta vez femenino, resumido como su compañero masculino al
simple torso del mismo, cubierto con una especie de rebocillo que bien
pudiera ser un manto portado por una de las santas mujeres que, junto a
Jesús, acompañaron a éste durante su Pasión en su camino hacia la
Gólgota o Calvario.
Abajo: vista general del lado de la epístola en el tramo medio de la
capilla talavaniega, donde se puede apreciar, además de la pérdida de
estucado en varios puntos del mismo, el cubrimiento posterior a que fue
sometido el mismo, encalándose los esgrafiados originales y haciendo
desaparecer a la vista los mismos.
Exteriormente, muestra la Ermita del Santo Cristo cuatro contrafuertes
como ayuda a la sujección de la cúpula que cubre el presbiterio,
repetidos éstos a la altura de cada uno de los dos arcos diafragma que
persisten en el interior del edificio, en doble pareado ubicado sobre
cada uno de los muros laterales del templo. Estos contrapesos, al igual
que todo el monumento, se nutren mayoritariamente de pizarras en su
fábrica, destacando sin embargo la presencia del ladrillo también en
algunos rincones externos del mismo, utilizado como material de creación
de las cornisas, en el arco que da acceso a la ermita en el tramo medio
del muro del evangelio, o en los dos vanos, hoy en día inutilizados,
que permitían la entrada de luz a los pies del templo, ubicados a
izquierda y derecha respectivamente de la segunda puerta de entrada al
edificio abierta en este punto del mismo. También de ladrillo quedarían
formados los marcos de los otros dos vanos con que cuenta la capilla,
ubicados en los laterales del cabecero, el propio retablo con que se
dotó al recinto sagrado, e incluso los propios arcos diafragma
confiarían en este material para su constitución, según se puede
adivinar en ciertos retazos desconchados de su estructura, cubierta,
como el resto de la configuración de la ermita, por estucado,
prácticamente desaparecido en el exterior del edificio y decorado el
interno con una serie de esgrafiados que conforman todo un complejo
iconográfico sin igual, encuadrada su elaboración y tipología dentro de
la conocida como tendencia cacereña: estilo expandido por esta provincia
y sur de la de Salamanca donde la técnica del esgrafiado tuvo gran
acogida y promoción, debido en gran medida a las humildes arcas sobre
las que pesaban los encargos de las obras durante la Edad Moderna en
esta zona del país, convirtiéndose así en uno de los enclaves
peninsulares donde mayor número de ejemplos artísticos elaborados
siguiendo esta técnica pueden contemplarse, con poblaciones como
Trujillo o Valdefuentes capitaneando la lista de las mismas.
Arriba: vista general, tomada desde el tramo medio del antiguo
recinto sagrado, del presbiterio o capilla mayor con que estaba dotado
el mismo, lugar donde figuraba el altar frente al retablo de fábrica, en
parte conservado, destinado a acoger la figura titular del templo e
icono de Cristo Crucificado rodeado del culmen de la serie de medallones que, en
esta porción de la capilla, servían para mostrar las Armas Christi o
símbolos de la Pasión de Cristo, talla barroca castellana
posiblemente custodiada tras la ruina del edificio en la cercana Iglesia
Parroquial y que hoy en día puede contemplarse en el cabecero de la
misma bajo el título de la Buena Muerte.
Abajo: de los doce medallones que aún hoy en día pueden apreciarse en
la Ermita de Santo Cristo, siete de ellos se conservan, al igual que en
la nave del templo, formando una cenefa seriada en la parte alta de los
muros del presbiterio, destinados éstos a acoger las conocidas
como Arma Christi o elementos simbólicos de la Pasión de Cristo entre
los que pueden adivinarse, a excepción del elemento dibujado en el
penúltimo globo, una escalera, unas tenazas, la Corona de espinas (sobre
el propio retablo), los Santos Clavos, dos flagelos, y en último lugar
el gallo de San Pedro el cual, según los cuatro evangelios canónicos,
cantó tras negar tres veces Pedro conocer a Jesús una vez capturado el
mismo, cumpliendo así con lo profetizado por su Maestro poco antes de
ser entregado.
La aparente falta de documentación histórica conservada sobre la Ermita
del Santo Cristo, así como el ocultamiento, la destrucción de gran parte
de su decoración y grave estado de conservación en que se hallan los
esgrafiados restantes, ocasionado por la ruina del edificio y la
incansable labor de las humedades que van carcomiendo sin pausa el
mismo, ha permitido la generación de una controvertida polémica en
cuanto a la interpretación de su iconografía y en particular de algunas
de las pinturas que aún podemos contemplar en el interior de este
antiguo recinto sagrado. Se ha llegado a confundir la supuesta ausencia
de información con el misterio, sin tener en cuenta que los propios
esgrafiados restantes y de clara identificación, así como el momento
histórico en que se desarrolla el proyecto artístico y el propio
movimiento artístico en que se engloba en sí, podrían darnos respuesta y
explicar tanto el significado de las imágenes que aún podemos
contemplar, como de aquéllas que el devenir del tiempo y el abandono del
edificio han logrado hacer desaparecer para siempre. De este modo, y
teniendo como datos fidedignos algunas de las pinturas de inconfundible
entendimiento, basadas éstas en la pasión de Cristo, podríamos barajar
la posibilidad de que todo el conjunto iconográfico frente al que
estamos guarde relación con esta última etapa de la vida de Jesús,
resumida en la propia crucifixión del mismo la cual, además de verse
reflejada en los frescos que un día decoraron el retablo mayor del lugar
y de los que aún hoy se mantienen algunos vestigios, encajaría
plenamente con la imagen titular para la que se levantó el templo y que
en el mismo fue durante siglos venerada.
Arriba: "OBLATVS ET QVIA. IPSE VOLVIT. ET PECCATA NOSTRA IPSE
PORTAVIT. ESAIE
53", es la sentencia latina que, tomada del libro de Profecías de
Isaías, podríamos traducir como"Fue ofrecido porque Él lo quiso, y
nuestros pecados Él portó.
Isaías, 53", resumiendo en una única oración, que circunda entre dos
molduras la separación entre los muros y el arranque de la cúpula que
cubre el presbiterio de la ermita talavaniega, las antiguas predicciones
que describirían al futuro Mesías de Israel, identificado por los
cristianos con Jesús el cual, con su muerte en la cruz, cumpliría con
estos antiguos oráculos.
Arriba: "MARZO 15 DE 1628 AÑOS" es la fecha incluida tras el texto
bíblico que circunda la capilla mayor de la Ermita del Santo Cristo de
Talaván, sirviendo no sólo como ornamentación de la misma, sino
fundamentalmente como datación de la obra pictórica o posible día de
consagración del templo.
Abajo: detalle de la cara interna del arco diafragmático que separa
presbiterio y tramo central del edificio religioso, cuyo enclave más
álgido sirve como punto de arranque y de cierre tanto de la moldura
superior que marca la sentencia bíblica que rodea la capilla mayor del
inmueble, como el propio friso y texto en sí.
Se conservan en la Ermita del Santo Cristo un total de doce medallones,
unos completos y otros en pésimo estado de mantenimiento, circundando el
perímetro interior del templo en la parte superior de sus muros,
incluidos no sólo los de la nave sino también los del presbiterio. Muy
seguramente se contasen éstos en mayor número, desaparecidos los mismos
no sólo por el desconchado de paredes, caída del estuco que las cubría y
encalado posterior de los muros, sino incluso por la adecuación de
parte del recinto sagrado en necrópolis municipal, construyéndose una
serie de nichos en el tramo primero del edificio que destruyeron la
decoración de la porción del muro de la epístola correspondiente a esta
sección de la ermita, o como mínimo a la ocultación de la misma. La
serie de medallones es, junto al casetonado o malla cuadriculada
esgrafiada que cubre, de igual manera, la parte baja de toda la cara
interior del monumento, floreado además en la zona del presbiterio, la
decoración con que el visitante se encontraría una vez en el interior de
la capilla, desaparecido casi por completo el dibujo labrado que
decoraría los pies del edificio, sobre la puerta occidental de acceso al
mismo. Esta serie de medallas pictóricas o globos se mantienen sujetos
por parejas de seres híbridos de claro sabor mitológico y habituales en
decoraciones religiosas y palaciegas desde el renacer del clasicismo
durante el Renacimiento, antropomorfos y alados en su mitad superior,
mientras que la parte baja de su cuerpo se desarrolla en una cola o
apéndice vegetal que, en su unión al apéndice del contrario portador del
medallón contiguo, forma una sencilla decoración de tipo candelieri.
Esta figuración únicamente vegetal sería la que sujetería el cuarto
medallón conservado, esgrafiado sobre el arco diafragma que separa
primer y segundo tramos de la ermita, en la cara que mira a los pies de
la misma, mientras que en la pared contraria del mismo arco, y
señalándose la continuación de la cenefa y lectura inscrita y narrada en
base a la decoración interior de los medallones, un brazo y su
correspondiente mano con el dedo índice en acción indicativa apunta
hacia el siguiente globo, sostenido nuevamente por uno de los seres
híbridos descritos en su lateral derecho.
Arriba: a través de una portada abierta en el lado del evangelio del
propio presbiterio de la ermita talavaniega, enmarcada por una cenefa
esgrafiada compuesta por semicírculos o geometrías cóncavas, se accede
al interior de la que posiblemente fuera sacristía del lugar,
centralizada por una hornacina coronada con venera y cubierta antaño con
bóveda de arista de cuyas pechinas aún se mantienen ciertos vestigios.
Es difícil adivinar los motivos iconográficos reflejados en los tres
primeros medallones conservados en el primer tramo de la ermita
talavaniega. Los globos cuarto y quinto, ubicados sobre el arco
diafragma central del templo, sí han mantenido semiintacta su decoración
interna, observándose dos personajes, resumidos en el rostro y alto
torso de los mismos, masculino el primero y femenino el consiguiente.
Ningún medallón más del tramo central del antiguo recinto sacro ha
llegado a nuestros días. La cúpula del presbiterio, sin embargo, ha
permitido no sólo la conservación de otros siete medallones más, sino
además el elemento interior que guardan seis de ellos, posibilitándonos
este hecho no sólo conocer el conjunto de elementos o símbolos para los
cuales se creó esta serie de medallones que circundan el altar mayor,
sino inclusive poder adivinar o barajar la naturaleza del resto de
motivos iconográficos seriados ubicados en los tramos de la nave, tanto
en aquellas medallas conservadas como en las desaparecidas. Es así como,
a través de observar en los medallones del presbiterio las conocidas
como Arma Christi, o Instrumentos de la Pasión de Cristo, entre las que
se adivinan la escalera, las tenazas, la Corona de espinas, los tres
Santos Clavos, dos flagelos o el gallo de San Pedro, podríamos pensar
que el resto de iconografía encerrada en los medallones restantes
tuviese igualmente relación con la Pasión de Jesús y que, incluso y de
la misma manera que hoy en día se sigue observando en los templos
católicos, fuesen pasajes de ésta los que circundarían los muros
laterales de la nave de este recinto sagrado, más conocidas como
estaciones del Vía crucis o etapas vividas por Jesús desde su
aprehensión hasta su muerte y sepultura. Se reflejarían éstas en la nave
del templo mientras que la propia crucifixión en sí, junto a las Arma
Christi, quedarían reservadas, como la propia talla titular del templo,
al propio presbiterio. Junto a estas estaciones podría haber querido el
artista reflejar personajes relacionados directamente con este pasaje de
la vida de Cristo. Así, aquél que algunos han querido tocar con bombín y
visualizar con rasgos felinos, podría ser considerado un simple soldado
romano bajo cuyas órdenes padeció tormento y muerte Jesús. Sería
completamente anacrónico el hecho de que este personaje masculino
portase un sombrero inventado a mediados del siglo XIX, si bien entre
los sombreros propios del siglo XVII y contemporáneos al esgrafiado
destacaban los de ala ancha, los tricornios o sombreros de tres picos, o
el característico sombrero capotain, invención española adoptada
particularmente por los colonos de Estados Unidos de América. Se
asemeja, por el contrario, con el casco español propio de la época,
diseñado en forma cónica y denominado morrión. No dejaría de ser
habitual la representación de personajes históricos según las modas
preponderantes en la época de creación, de tal manera que no sería
ilógico suponer que este posible soldado tocado siguiendo las
directrices militares de la Edad Moderna castellana, con bigote
retorcido y perilla como el propio rey Felipe IV gustaba de lucir, fuese
la representación de uno de los soldados romanos que castigó a Jesús en
su camino al Calvario, idealizado así por el pintor al igual que otro
artista mundial y archinocido contemporáneo a él, Diego de Velázquez,
reflejase a su mitológico y clásico Marte como capitán de los tercios,
tocado con lujoso morrión y bigote retorcido. De igual manera sería
fácil pensar por tanto que el personaje femenino ubicado ya en el tramo
medio, tocado con lo que se asemeja a un rebocillo alrededor de rostro y
sobre la cabeza, podría ser una de las santas mujeres que acompañaron a
Jesús a lo largo de la Vía Dolorosa, entre las que se encontraba su
propia madre Santa María.
Arriba: formando parte de la propia fábrica de la ermita, el retablo
mayor de la misma centra el cabecero del templo conservando aún restos
de la pintura al fresco que, en el interior del mismo, reflejaba la cruz
donde murió Jesús, erigida sobre el monte Gólgota y de la que cae la
propia sangre de Cristo, alabado por sencillos querubines que,
conservándose tan sólo uno de ellos al estar oculto bajo la cal el resto
del friso que los acoge, alaban a Dios y a su Hijo terrenal desde la
parte alta del altar.
Abajo: imágenes detalladas del muro de la epístola dentro del propio
presbiterio de la ermita, cuyas paredes internas muestran, al igual que
en el resto del antiguo recinto sagrado, una malla de casetones
cuadriculados bajo la cenefa de los medallones, encerrando en su
interior, sin embargo y a diferencia de la red de la nave, flores o
rosetas de similar factura en todos ellos.
Sobre la cenefa que conformaría la serie de medallones y portadores
fabulosos de los mismos, enclavada en los muros del presbiterio, se
mantiene en un relativo óptimo estado de conservación, englobada entre
dos molduras o boceles estucados y decorados a base de juegos de líneas
paralelas verticales con punteado en los espacios intermedios, en el
superior, y ornamentación lineal del tipo espina de pescado o unión de
dos diagonales formando un ángulo de 90 grados, en el inferior, una
sentencia bíblica latina obtenida, como en el mismo texto se indica, del
libro de Isaías, profeta del Antiguo Testamento cuyas visiones
sirvieron, más que las de ningún otro sibilo, a describir al prometido
Mesías de Israel y poder así en un futuro identificarlo, como hicieran
los cristianos en la figura de Jesús. Se tomaría concretamente para la
decoración del friso las palabras e ideas del capítulo 53 de mencionado
tratado religioso, sin referirse en concreto a un versículo particular
del mismo sino resumiendo en una sentencia la serie de profecías
descritas en mencionado texto relativas a la entrega voluntaria de
Cristo a la muerte para cargar con los pecados de la humanidad: "OBLATVS
ET QVIA. IPSE VOLVIT. ET PECCATA NOSTRA IPSE PORTAVIT. ESAIE 53" ("Fue
ofrecido porque Él lo quiso, y nuestros pecados Él portó. Isaías, 53").
Tal recapitulación bíblica sería tomada como no sólo nexo entre el
Antiguo y Nuevo Testamentos, sino como clave por la cual a Jesús, muerto
en la cruz siendo inocente por cargar con los pecados del mundo, se
podría considerar sin duda alguna el auténtico Mesías e Hijo de Dios,
base de la religión cristiana y, por ende, fundamentos sobre los que
levantar el edificio en cuestión, pues el mismo, que toma como titular
la propia figura de Cristo crucificado, estaría dedicado a promocionar,
siguiendo el espíritu de la Contrarreforma Católica, la crucifixión y
muerte de Jesús como salvación de la humanidad, haciendo por ello que
toda la decoración en la ermita ronde en torno a esta base fundamental
de la Iglesia. Tras la sentencia bíblica una fecha que nos permite la
datación inequívoca de la obra pictórica, o inclusive de la consagración
del templo: "MARZO 15 DE 1628 AÑOS".
Arriba: doce pétalos o gallones, prolongados en otros doce gallones que encierran cada uno en su interior dos frisos verticales de pareada malla de casetones floreados, ornamentan geométricamente el interior de la cúpula semiesférica o bóveda vaída que cubre el presbiterio del templo talavaniego, cuya decoración esgrafiada sorprende al visitante no sólo por la bella temática decorativa de la misma, sino fundamentalmente por el uso de tonos rojizos y añiles en la constitución de la misma.
Nace a partir de la moldura superior de las dos que encierran el friso
que recoge la sentencia bíblica, la cúpula de la capilla mayor, cubierta
a su vez de esgrafiados resumidos en casetones o celdillas
cuadriculares similares a aquéllas que ornamentan la parte baja de los
muros internos de la nave, así como el resto de las paredes del
presbiterio. Su interior, al igual que en sus hermanos ubicados en el
cabecero del templo, sirve como celda portadora de flores o rosetas,
dispuestos los casetones en pareado a lo largo de veintiún gallones
(cuarenta y dos filas de celdillas en grupos de dos) que nacen a su vez
de un disco gallonado con similar número de pétalos, separados los unos
de los otros a través de una cinta policromada con tonos rojizos,
compartidos con los pétalos del disco y las separaciones de celdillas y
flores de la cúpula, figurando a su vez pigmentos de color añil
dibujando un serpenteado discontinuo en las radiales más anchas que
agrupan en pareados las celdas y separan los gallones diseñados en el
cerramiento de la estancia. En la intersección de estas radiales con la
moldura que marca el nacimiento de cúpula y pared respectivamente,
encontramos los denominados como "ángeles malos" o "réprobos" de
Talaván, veintiuna figuras de poco objetiva identificación que,
manteniendo una iconografía bastante similar a la de los querubines, se
reducen a cabezas aladas de gesto atemorizante, ojos en blanco y bocas
abiertas mostrando afilados dientes, tocadas con un singular capirote
con borlado perfilado en tono rojizo que resalta junto al utilizado para
colorear las fauces de semejantes seres. Con sus alas abiertas, unidas a
las de sus compañeros inmediatos en el punto de intersección con la
línea vertical que separa, dentro de cada gallón, los pareados de
casetones que nutren los mismos, forman un friso que rodea todo el
contorno interno de la cúpula en su base, coronando así tanto la
sentencia bíblica descrita, y el fechado de las obras, como la cúspide
del arco toral que da paso a la capilla mayor. Sobre las alas de los
mismos, y en contraposición a éstas, el cierre semicircular de los
gallones sostiene sobre él un nuevo par de alas de plumaje más alargado
que el portado por los extraños querubines, sin que en ningún punto de
la composición ambas representaciones aladas tengan contacto entre sí ni
se demuestre relación entre ambas.
Abajo: ubicados entre las terminaciones semiesféricas de los gallones
que cubren la cúpula de la Ermita del Santo Cristo, veintiún seres
extraordinarios (en las imágenes, diez de ellos, enclavados entre el
nacimiento del friso y el retablo mayor del templo), semejantes a alados
querubines aparecen asomados sobre la moldura que encierra la sentencia
latina tomada del profeta Isaías, cuya terrorífica apariencia resumida
en ojos en blanco, fauces abiertas y dientes puntiagudos, tocados con
capirotes semejantes a las corozas usadas para marcar a los penitentes y
condenados por la Santa Inquisición, han dado lugar a diversas y
subjetivas interpretaciones, presentándose como seres que, posiblemente
incluidos en el conjunto iconográfico del templo como réprobos,
representarían a las almas pecaminosos para cuya salvación nacería el
Redentor, identificado con Jesús por la religión cristiana.
El extraño tocado que lucen los extraordinarios querubines del friso que
enmarca la cúpula recuerda, en cierto modo, a los capirotes o corozas
que portaban, en época contemporánea a la de la creación de los
esgrafiados, ciertos penitentes y condenados por la Inquisición que
hacían saber así al resto de la población sus considerados pecados y
castigos a la hora del auto de fe. Tal es así que los dos modelos de
gorro presentados por los seres fantásticos del templo talavaniego, unos
de lados verticales rectos, y otros de laterales convexos, encajarían
con el diseño de las corazas usadas por la Inquisión peninsular, los
primeros dentro de España, y los segundos en el reino de Portugal. A los
capirotes españoles, además, se les incorporó a partir del siglo XVI
una terminación en borla que bien podría asemejarse con aquélla lucida
por los seres de la Ermita del Santo Cristo. De esta manera, y si bien
algunos autores han querido ver en la representación de estas criaturas
ciertos aspectos apotropaicos, intentando mantener alejados o
controlados a los malos o diabólicos espíritus a través de la plasmación
pictórica de los mismos, sería quizás más coherente identificar a los
mismos como condenados, visualizándolos no de manera aislada sino dentro
del conjunto iconográfico que decora la integridad del recinto sagrado y
que, en su totalidad, serviría no sólo como ornamentación del interior
del monumento sino además como todo un compendio de obras artísticas
destinadas a la ilustración y educación religiosa del fiel, cuando aún
predominaba en el país el analfabetismo popular, encajando no sólo en la
tradición pedagógica cristiana, sino fundamentalmente en las reglas
adoctrinales de la reciente Contrarreforma católica.
Abajo: detalle de los diez supuestos "réprobos" o condenados de
Talaván, ubicados entre el retablo mayor del recinto sagrado y la
terminación del friso que corona los muros del presbiterio, cuyo tocado
presenta un colgante borlado orientado hacia la derecha del espectador,
al contrario que el de los personajes ubicados en la mitad contraria de
la cúpula.
Arriba: colocado sobre la cúspide del arco diafragmático que señala
el paso entre nave y presbiterio, un último "réprobo", cuyo estado de
conservación nos impide apreciar hoy en día los detalles del mismo,
cerraría el total del conjunto presentándose como el primero o último
del total de veintiuno que conforman la serie de extraordinarios
querubines, cuyo borlado cae, como en sus compañeros de la derecha,
hacia la izquierda del espectador.
Si bien el resto de esgrafiados descritos, así como la sentencia latina
de origen bíblico señalada, mantendrían lazos de unión y se dispondrían
en su orientación hacia la descripción de la Pasión de Jesús y la
identificación de éste con el Mesías a través de la crucifixión, la
existencia de estos seres fantásticos en la base de la cúpula del
templo, tras haber observado la simbología pasional cristiana, o incluso
posiblemente las estaciones del Vía Crucis o la representación de
ciertos personajes protagonistas de este capítulo fundamental en la vida
de Jesús de Nazaret, podría venir a representar el fin por el cual
murió el mismo y que es recordado tomando las palabras del profeta
Isaías. Como indicó Gabriel Cusac, podrían ser éstos la imagen de los
conocidos como réprobos o condenados a la pena eterna por su vida
pecaminosa, almas condenadas por unos pecados con los que Jesús quiso
cargar y como Cristo morir por ellos. El supuesto capirote inquisitorial
podría servir, además, como fácil identificación de los condenados ante
un pueblo que, contemporáneo al Santo Oficio y conocedor del lenguaje
utilizado por este tribunal, sabría ver en ellos a los penitentes y
procesados por sus faltas ante Dios. Pecados, faltas y culpas con las
que debería cargar el futuro Mesías y las cuales, corcondando
supuestamente con las profecías, portó Jesús, aceptando para ello su
muerte en la cruz como medio de redención de la humanidad, recordada a
través de la imagen titular del templo talavaniego y ubicada sobre el
retablo principal, coronado el mismo por un friso desde el cual
auténticos querubines de amable rostro y
sencillas alas alaban la gloria del Mesías figurado en la persona de
Jesús, crucificado redentor y, como tal, Hijo de Dios glorificado a la
par que recordado y venerado por los católicos talavaniegos en una
sencilla
ermita donde todo parece estar dispuesto a cumplir un fin didáctico y
alabancero en un conjunto que, por tal, cobra valor histórico, valor
artístico y, en definitiva, valor cultural, reflejo de nuestro pasado y
de nuestras raíces y, como tal, de nosotros mismos.
- Cómo llegar:
La localidad de Talaván, perteneciente al grupo de municipios conocido
como "los Cuatro Lugares", se ubica junto a Hinojal, Monroy y Santiago
del Campo en las tierras encajonadas entre los ríos Almonte y Tajo, al
Norte de la capital provincial cacereña. La autovía A-66, en su tramo de
unión entre Cáceres y Plasencia, permite el acceso, una vez desviados a
través de la vía autonómica EX-373, al pueblo de Hinojal, desde el
cual, siguiendo la continuación de dicha ruta, alcanzaremos Talaván
accediendo al mismo por la parte meridional del municipio.
El casco antiguo talavaniego, capitaneado por la Iglesia Parroquial de
Nuestra Señora de la Asunción, se ubica en la zona más norteña de la
localidad. Alcanzado el principal templo del pueblo, es fácil encontrar
con la propia vista la Ermita del Santo Cristo, cuya coronación
piramidal de su cúpula puede apreciarse desde los alrededores del muro
de la epístola y pies de la iglesia nombrada, al Oeste de estos últimos.
Alcanzada la misma, una rotura en el muro norte que circundaba el
antiguo cementerio municipal permite el acceso al interior del otrora
camposanto talavaniego, comunicando éste, a través de la portada
occidental de la Ermita del Santo Cristo, con el interior del ruinoso
recinto sagrado, custodio aún de uno de los mejores conjuntos
iconográficos esgrafiados de la región extremeña.
2 comentarios:
Es apabullante y, para mí, incontestable el rigor de este estudio, que, creo que habremos de tomar como la "biblia" sobre nuestra querida ermita de réprobos. Lo mejor de un trabajo así es que debería conmover definitivamente a las autoridades civiles y/o eclesiásticas para consoliden la ruina y eviten su desplome, al menos. (Mejor que lo "pongan en valor"). Lo menos bueno es que la ciencia se impone a la fantasía, a la elucubración: es el sino universal desde los presocráticos, y nos deja alicortados para imaginar.
Lo único peor -y lo más importante- es que está a punto de caer el soporte de la ciencia y la fantasía todo al suelo hecho migas.
Leyendo un trabajo así, uno se siente orgulloso de ser extremeño, español, hombre...
A mí también me ha maravillado este trabajo; ójala haya despertado alguna conciencia. Pero, con permiso del gran Samuel, yo aún mantengo mis dudas respecto a los medallones de la nave -es el alzacuello del hombre gato, sus bigotes demasiado gatunos, su sombrero demasiado circular para considerarle un morrión-, y pienso que aún hay espacio para la especulación, aunque Samuel lo haya puesto bastante difícil.Aunque lo importante, como dices tú, es que no nos quedemos sin ermita.Desde luego, las "cadenas" para evitarlo no han podido tener mejor comienzo.
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