M. R. James (imagen tomada de National Portrait Gallery) |
Con justicia, se considera a Montague
Rhodes James como unos de los maestros -el
mejor, para muchos- del ghost story. Sin embargo, sus cuentos
más característicos no giran en torno al fantasma clásico, es decir, a la
persona muerta que abandona su inframundo para entrometerse en el territorio de
los vivos; sino que en este caso sería más propio aplicar la segunda acepción
de la RAE: “visión quimérica como la que se da en los sueños o en las
figuraciones de la imaginación”. No se trata de un espectro humano, sino de otro tipo de ser, que bien podríamos
catalogar entre los denominados espíritus
elementales. Lovecraft, en su archicitado ensayo El horror sobrenatural en la
literatura -cuyas palabras acerca de M.R. James sirven de prólogo a la
edición que manejo, los Cuentos completos de fantasmas del autor inglés,
publicados por Valdemar- dice al respecto: “Al inventar un nuevo tipo de
fantasma, James se aparta sensiblemente de la tradición gótica convencional,
pues, mientras que los viejos fantasmas clásicos aparecían pálidos y
majestuosos y eran percibidos principalmente con la vista, el espectro habitual
de M.R. James es delgado, enano y peludo, una abominación perezosa e informal de
la noche, a medio camino entre la bestia y el hombre, a la que se llega a tocar antes que a ver”.
La generalización de Lovecraft es un
tanto alegre. Hay una criatura extraña
-borrosa, de ropas flotantes, con rostro de trapo arrugado- en Silba
y acudiré, pero el monstruo
peludo -y no enano- aparece en tres de los mejores cuentos de M.R James. En Un
episodio de la historia de una catedral: “Era negro –decía-; como una
masa de pelos. Con dos piernas; y la luz se reflejaba en sus ojos”; en El diario del señor Poynter: “Lo que
había estado tocando se levantó hacia él. Tenía la postura del que ha entrado
arrastrándose vientre a tierra y, según pudo recordar más tarde, forma humana.
Pero la cara que ahora se acercó a unas pulgadas de la suya no pudo discernir ningún
rasgo; era toda pelo”; y, con mayor definición, en El álbum del canónigo Alberico.
Aquí surge en un grabado del siglo XVII, donde se representa la disputa del rey
Salomón contra un demonio de la noche. Salomón, alzado en un trono sobre doce peldaños,
ocupa la parte derecha de la lámina, mientras que en la mitad izquierda cuatro
soldados rodean a una figura horrible. Un quinto soldado yace muerto en el
suelo con el cuello retorcido. La figura es “una masa de pelo negro, tosco y
desgreñado. Luego, uno descubre que bajo ese pelo se esconde un cuerpo de casi
espantosa y casi esquelética delgadez, con los músculos pronunciados como
cuerdas de guitarra. Las manos son de una palidez sucia, y están cubiertas,
como el cuerpo, de largos pelos encrespados, y tienen forma de horribles
garras. Los ojos, de un amarillo llameante y negrísimas pupilas, están clavados
en el rey con una especie de odio bestial”.
Y es precisamente este párrafo de El
álbum del canónigo Alberico lo que me permite aventurar una hipótesis:
creo haber encontrado la fuente que inspiró a M.R. James para la creación de su
criatura peluda.
Bibliófilo, anticuario y reconocido
medievalista, M. R. James era un experto
en documentación antigua, y por fuerza debería tener conocimiento de uno de los
manuscritos más importantes de la literatura medieval europea: las Cantigas
de Santa María. Escritas en gallego medieval en la segunda mitad del
siglo XIII, se trata de una colección de más de cuatrocientas canciones, con la
correspondiente notación musical, dedicadas a la Virgen María. Su autoría, aún
no bien definida, corresponde a un equipo poético comandado por Alfonso X el Sabio, a quien se atribuye la creación
propia de un centenar de ellas. Nos
interesa particularmente la cántiga 47:
“Virgen Santa María, guarda-nos, se te praz”. En esta cántiga se cuenta cómo un
monje se emborracha en la bodega del convento; cuando quiere volver a la
iglesia, el diablo se le aparece encarnado en tres formas distintas: toro, “ome
mui feo” y león. Naturalmente, la intercesión de la Virgen libra al monje ebrio
de los embates diablescos, aconsejándole que, en lo sucesivo, “no sea malvado”.
Ilustración de la Cántiga 47 (imagen tomada de zazzle.com) |
La ilustración que acompaña a la
cantiga 47 nos presenta al hombre muy feo
de manera sorprendente. Aunque alto, peludo y “negro como la pez”, tal como lo
describe la letra, pero lampiño en sus huesudas canillas, el monstruo parece un
añadido moderno, una falsificación. Su indefinición es ciertamente terrorífica;
el trazo del dibujo, como a volutas y difuminado, tan distinto al usado para
las diáfanas figuras de la Virgen y el monje, parece no corresponder a las
técnicas de la época. La pilosidad natural de la parte superior de su cuerpo no
se corresponde con la inferior, desde la cintura a las rodillas, más exagerada,
como si vistiera unas bermudas confeccionadas con guedejas. Ciertamente, es un
dibujo tan original, tan chocante, que parece un anacronismo, algo impropio del
siglo XIII. En todo caso, contemplando la ilustración de la cántiga, comprobamos
que el diablo alfonsino podría protagonizar perfectamente la escena descrita en
El
álbum del canónigo Alberico.
José Antonio Madrigal ha querido ver
en esta figura la primera representación del salvaje en la iconografía
española. Con la modestia de un diletante, de quien no es especialista en nada,
creo que tiene más fundamento defender que nuestro “ome mui feo” es el modelo
escogido por M. R. James para la creación de su terrorífico fantasma peludo.
Gabriel Cusac
2 comentarios:
Es un placer visitarte Gabriel tus historias siempre enseñan algo y sorprenden. Espero no encontrarme al fantasma peludo por estos lares, pero nunca se sabe. Un abrazo.
Gracias, Ainhoa. Y no te preocupes por el monstruo: demasiado pelo para los calores de Granada. Un abrazo.
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