Hola, Dani. Hola, Lucía.
Quiero contaros hoy el cuento más loco de todos los cuentos. Además de un cuento loco es también un juego, porque os invito a que inventéis el final. Sólo es necesario un poquito de loca imaginación. Let´s go!
Érase una vez una niña llamada Caperucita Roja, a quien su madre mandó llevar unas medicinas a la abuelita, que vivía en una casa de chocolate en medio del bosque. Era un bosque muy animado. Nada más entrar en él, Caperucita se encontró al Gato con Botas, que iba corriendo a hacer unos recados para su amo, el falso Marqués de Carabás. Caperucita preguntó a su amigo felino si pasaría cerca de la casa de chocolate, y, al decirle éste que sí, le dio la bolsa de la farmacia para que se la entregara a la abuelita. "Cuanto antes tenga las medicinas, mejor. Y así me da tiempo a visitar a Blancanieves y los siete enanitos. Ya pasaré después a ver a la yaya", pensó Caperucita, tan espabilada.
-¡Adiós, Cape, me debes una! -se despidió el gato, y salió disparado como un rayo.
-Adiós -dijo Caperucita.
Siguiendo el camino, Caperucita encontró al Señor Lobo, alguien que antes era muy temido en el lugar. Pero el Señor Lobo ya nada tenía que ver con la bestia feroz que fue. Después de que, en cierta ocasión, le llenaran el estómago de piedras, había cambiado totalmente. Ahora era vegetariano y se había convertido en creyente de una religión muy pacífica y cantarina cuyo dios se llama Krishna. Vestido con una bata naranja, como visten los de su religión, el Señor Lobo recorría el bosque cantando "Hare Krishna, Hare Krishna", que quiere decir algo así como "Viva Krishna, Viva Krishna". Desde que dejó de ser feroz, el pobre lobo pasaba más hambre que los pavos de Manolo (que se fueron detrás del tren creyendo que era un gusano), y a veces, sin darse cuenta, lo que cantaba era "Hare Cabritillos, Hare Cabritillos". Cuando le vio Caperucita, el Señor Lobo iba comiendo unas miguitas de pan que alguien había ido dejando por el camino.
-Hola, Señor Lobo.
-Hola, Caperucita. ¿Dónde vas tú tan bonita?
-Voy a ver a mi abuelita.
-Dale recuerdos. Adiós, Capekrishnita...Digo Caperucita.
-Adiós, Señor Lobo.
Poco después, Caperucita llegó a la casa de Blancanieves y los siete enanitos, que eran unos jipis muy majos. Llevaban mucho tiempo instalados en el bosque, trabajando en labores artesanas, como figuras de madera, cerámica, y zapatillas y cinturones de cuero que luego vendían por los mercadillos de alrededor. Hace unos años se presentó Blancanieves en su comuna (que es la casa de los jipis; se llama así porque todo lo que tienen es de uso común), venida de no se sabe dónde, y les dijo: "Quiero ser jipi como vosotros". Los enanitos la admitieron, y desde entonces vivió y trabajó con ellos, pero justamente el día anterior se había marchado en el coche descapotable de un guaperas que se había acercado a la comuna para comprar, según decía, "algo original".
-¡La verdad es que a mí siempre me pareció un poco pija! ¡Y encima el pollopera del descapotable no compró ni un botijo! -gruñó Gruñón.
-Cada persona tiene que inventar su camino -sentenció Sabio.
Tímido lloraba recordando a Blancanieves, porque en el fondo estaba enamorado de ella, aunque nunca llegara a decírselo. Mudito intentaba consolar a Tímido, haciendo burla de Blancanieves. Se paseaba de un lado a otro de la habitación, contoneándose como una modelo, y cada vez que se daba la vuelta hacía un corte de mangas. Dormilón no decía nada, porque todavía no se había levantado de la cama. Y Feliz reía las gracias de Mudito.
Caperucita se despidió de los enanitos, triste por la marcha de su amiga. Al poco tiempo llegó a casa de la abuelita, pero antes de entrar, una niña que asomaba desde una esquina del granero hizo gestos a Caperucita para que se acercase sin hacer ruido. Esta niña se llamaba Gretel. Gretel, antes de hablar con Caperucita, se os quedó mirando. A vosotros, sí, a vosotros, y entonces dijo:
-¡Ahora os toca inventar el final de este cuento!
Quiero contaros hoy el cuento más loco de todos los cuentos. Además de un cuento loco es también un juego, porque os invito a que inventéis el final. Sólo es necesario un poquito de loca imaginación. Let´s go!
Érase una vez una niña llamada Caperucita Roja, a quien su madre mandó llevar unas medicinas a la abuelita, que vivía en una casa de chocolate en medio del bosque. Era un bosque muy animado. Nada más entrar en él, Caperucita se encontró al Gato con Botas, que iba corriendo a hacer unos recados para su amo, el falso Marqués de Carabás. Caperucita preguntó a su amigo felino si pasaría cerca de la casa de chocolate, y, al decirle éste que sí, le dio la bolsa de la farmacia para que se la entregara a la abuelita. "Cuanto antes tenga las medicinas, mejor. Y así me da tiempo a visitar a Blancanieves y los siete enanitos. Ya pasaré después a ver a la yaya", pensó Caperucita, tan espabilada.
-¡Adiós, Cape, me debes una! -se despidió el gato, y salió disparado como un rayo.
-Adiós -dijo Caperucita.
Siguiendo el camino, Caperucita encontró al Señor Lobo, alguien que antes era muy temido en el lugar. Pero el Señor Lobo ya nada tenía que ver con la bestia feroz que fue. Después de que, en cierta ocasión, le llenaran el estómago de piedras, había cambiado totalmente. Ahora era vegetariano y se había convertido en creyente de una religión muy pacífica y cantarina cuyo dios se llama Krishna. Vestido con una bata naranja, como visten los de su religión, el Señor Lobo recorría el bosque cantando "Hare Krishna, Hare Krishna", que quiere decir algo así como "Viva Krishna, Viva Krishna". Desde que dejó de ser feroz, el pobre lobo pasaba más hambre que los pavos de Manolo (que se fueron detrás del tren creyendo que era un gusano), y a veces, sin darse cuenta, lo que cantaba era "Hare Cabritillos, Hare Cabritillos". Cuando le vio Caperucita, el Señor Lobo iba comiendo unas miguitas de pan que alguien había ido dejando por el camino.
-Hola, Señor Lobo.
-Hola, Caperucita. ¿Dónde vas tú tan bonita?
-Voy a ver a mi abuelita.
-Dale recuerdos. Adiós, Capekrishnita...Digo Caperucita.
-Adiós, Señor Lobo.
Poco después, Caperucita llegó a la casa de Blancanieves y los siete enanitos, que eran unos jipis muy majos. Llevaban mucho tiempo instalados en el bosque, trabajando en labores artesanas, como figuras de madera, cerámica, y zapatillas y cinturones de cuero que luego vendían por los mercadillos de alrededor. Hace unos años se presentó Blancanieves en su comuna (que es la casa de los jipis; se llama así porque todo lo que tienen es de uso común), venida de no se sabe dónde, y les dijo: "Quiero ser jipi como vosotros". Los enanitos la admitieron, y desde entonces vivió y trabajó con ellos, pero justamente el día anterior se había marchado en el coche descapotable de un guaperas que se había acercado a la comuna para comprar, según decía, "algo original".
-¡La verdad es que a mí siempre me pareció un poco pija! ¡Y encima el pollopera del descapotable no compró ni un botijo! -gruñó Gruñón.
-Cada persona tiene que inventar su camino -sentenció Sabio.
Tímido lloraba recordando a Blancanieves, porque en el fondo estaba enamorado de ella, aunque nunca llegara a decírselo. Mudito intentaba consolar a Tímido, haciendo burla de Blancanieves. Se paseaba de un lado a otro de la habitación, contoneándose como una modelo, y cada vez que se daba la vuelta hacía un corte de mangas. Dormilón no decía nada, porque todavía no se había levantado de la cama. Y Feliz reía las gracias de Mudito.
Caperucita se despidió de los enanitos, triste por la marcha de su amiga. Al poco tiempo llegó a casa de la abuelita, pero antes de entrar, una niña que asomaba desde una esquina del granero hizo gestos a Caperucita para que se acercase sin hacer ruido. Esta niña se llamaba Gretel. Gretel, antes de hablar con Caperucita, se os quedó mirando. A vosotros, sí, a vosotros, y entonces dijo:
-¡Ahora os toca inventar el final de este cuento!
Gabriel Cusac
3 comentarios:
Caperucita se acercó a Gretel, que le dijo que la yaya no estaba,el gato con botas le entregó las medicinas y en cuanto se tomó la "couldina" se levantó de la cama y se fué a trabajar acompañada del gato.
-pero si yaya se jubiló hace tiempo! dijo Caperucita
-el gobierno congeló las pensiones y con esa paga tan pequeña a la pobrecilla no le llega a fin de mes, ni a mediados, trabaja de DJ en el castillo de Cenicienta.Le contestó Gretel
-mi hermano Hansel es un gogo junto con la bruja que tambien desmontó su casa para vender chuches de contrabando y sacarse un extra.
-pues como está el patio! exclamo Caperucita.
Dicho esto se fueron las dos al castillo, allí estaban todos,Blancanieves con el pollopera,Cenicienta cambiandose de zapatos,La Bella durmiente echando una cabezadita en un rincon,el gato encandilando a la ratita presumida,la hormiga bailando con la cigarra,y la yaya con los cascos puestos.
Todos se lo pasaron en grande.
Ya amaneciendo,cada uno volvió a su casa ( y dios en la de todos).
Se volverían a ver dentro de tres dias...
Muy bien, Lola, te lo has currado.
Donde lo puedo encontrar
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