Lucía, con 6 años ya, poniendo ojitos |
Entre el río y
la muralla, y entre un peñasco y una valla, crece una higuera ramosa, hermosa y
prodigiosa. No es una higuera cualquiera, es la mágica higuera de las monedas.
Porque, cuando llueve, aparecen a su vera monedas grandes y pequeñas, monedas
lustrosas o roñosas, pero monedas siempre añosas. Monedas de reyes lampiños o
barbados, monedas de reyes cuerdos o alocados, monedas siempre añosas que pueden
ser reales, pesetas, maravedíes, ducados… Monedas de tiempos ya pasados. De
cobre, de plata, de oro… Como un pequeño tesoro. Pero no es una cosa tan
sencilla esta maravilla. Porque, para encontrarlas, hay que pasar sin
buscarlas. Se tienen que encontrar de pura casualidad.
Esto a Dani ya
se lo habían contado, pero Dani era un niño muy obstinado. Y, cuando llovía,
hasta la higuera como un loco corría. Un día, y otro día. Siempre lo mismo
pasaba: como nada encontraba, con sus manos junto a la higuera escarbaba. Luego
llegaba a casa empapado, sucio y frustrado, con los bolsillos vacíos y
tiritando de frío. ¡Qué esfuerzo baldío! Pero al día siguiente, si llovía,
hasta la higuera como un loco corría. Y su madre le repetía: “¡No es cosa tan
sencilla esta maravilla! ¡De verdad: las monedas se tienen que encontrar de
pura casualidad!”.
Pero Dani
insistía; daba igual lo que su madre le decía. Y en una de estas ocasiones,
lloviendo a chaparrones, apareció un duende detrás de la higuera. Un duende
rico era, porque llevaba traje, corbata y chistera.
-Escucha, niño
pesado –dijo a Dani el duende encorbatado-, ya me tienes un poco cansado. Te voy
a dar un doblón del rey Carolo, que es una moneda muy gorda y toda de oro. ¡Pero
una moneda y nada más! ¡Y no vuelvas por aquí jamás!
¡Aquéllo era
cierto! ¡Brillaba la moneda como el sol del desierto! Dani cogió la moneda al
duende rico, y se puso a dar saltos como un mico.
-¡Vete ya,
chaval! Y recuerda: ¡como vuelvas por aquí, me va a sentar muy mal!
-Gracias, duende
generoso.
Con la moneda en
el bolsillo, Dani volvió a casa con sonrisa de pillo. Lleno de emoción, se encerró
en su habitación. ¡Qué bello le parecía el rey Carolo, con la carita de oro!
Toda la tarde pasó en la habitación, sobando y mirando su querido doblón. Y
después de cenar, acostado, se quedó dormido con el puño apretado. Si eres
lista, Lucía, me dirás qué es lo que en el puño tenía.
Si aquí acabase
este cuento, Dani estaría contento. Aunque Dani, como te he explicado, era un
niño muy obstinado. Al cabo de unos días volvió a llover, y Dani hasta la higuera
volvió a correr. Pero, ¡qué desilusión!, allí no aparecieron ni duende ni
doblón. Y esto no es lo peor: lo que te voy a contar casi da dolor. Porque, al
llegar a su casa, fíjate lo que le pasa. Fue a contemplar la moneda guapa, y en
su lugar encontró… ¡de Coca-Cola una chapa! El duende encorbatado la avaricia
de Dani había castigado.
Dani, pensativo tras el asunto de la moneda |
*Deberes:
1- pregunta el significado de
las palabras que no entiendas.
2-haz los dibujos para este cuento.
Gabriel
Cusac
6 comentarios:
¡Qué bonito!! Como todo lo que se hace con verdadero amor... Eres tu el genio, verdad Gabriel? Besos. Pepa.
El genio...loco. Un beso, Pepa.
Parece mentira que entre tu rústica carrocería y tras tu temible vozarrón de consonantes trabadas, se esconda un padrazo cariñoso y juguetón. Este cuentecillo seguro que te lo copian, pero será lícito si sólo se usare para dormir a algún angelito recalcitrante.
Me pones talmente Shrek, agudo Juan.
Que lo copien.
¿Es tu primera incursión en la prosa poética? Experimentando en nuevos terrenos, ¿eh?
Títiro
La verdad es que ya antes había probado esta fórmula de versos encadenados, que no sé si llamar prosa poética, y también en cuentos infantiles. A Dani y a Lucía les ha gustado, o sea que habrá que seguir con el invento.
Un saludo, Títiro.
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